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daba  libertad,  y  con  palabras  suaves  les  dijo  que  no  había  ido  a  quitarles
            sus  vidas  ni  haciendas,  sino  a  hacerles  bien  y  a  enseñarles  que  viviesen  en
            razón  y  ley  natural,  y  que,  dejados  sus  ídolos,  adorasen  por  Dios  al  Sol,  a
           quien debían aquella merced;  que por habérselo  mandado el Sol les  perdonaba
            el  Inca  y de  nuevo  les  hada merced  de  sus  tierras y vasallos,  sin  otra preten-
            sión  más  que  hacerles  bien,  lo  cual  verían  por  larga  experiencia  ellos  y  sus
           hijos  y  descendientes,  porque  así  lo  había  mandado  el  Sol;  por  tanto,  se
            volviesen  a  sus  casas  y  curasen  de  su  salud  y  obedeciesen  lo  que  se  les
           mandase,  que  todo  sería  en  pro  y  utilidad  de  ellos.  Y  para  que  llevasen
           mayor  seguridad del  perdón  y  testimonio  de  la  mansedumbre  del  Inca,  man-
           dó  que  los  curacas,  en  nombre  de  todos  los  suyos,  le  diesen  paz  en  la  rodi-
            lla  derecha,  para  que  viesen  que,  pues  permitía  tocasen  su  persona,  los  tenía
           por  suyos.  La  cual  merced  y  favor  fue  inestimable  para  todos  ellos,  porque
           era  prohibido  y  sacrilegio  llegar  a  tocar  al  Inca,  que  era  uno  de  sus  dioses,
           si  no  eran  de  su sangre  real  o con  licencia  suya.  Viendo,  pues,  al  descubierto
           el  ánimo  piadoso  del  Rey,  se  aseguraron  totalmente  del  castigo  que  temían,
           y,  volviendo  a  humillarse  en  tierra,  dijeron  los  curacas  que  serían  buenos
           vasallos  para  merecer  tan  gran  merced,  y  que  en  palabras  y  obras  mostraba
           Su  Majestad  ser  hijo  del  Sol,  pues  a  gente  que  merecía  la  muerte  hacía
           merced  nunca  jamás  imaginada.

                Declarando  la  fábula,  dicen  los  Incas  que  lo  historial  de  ella · es  que
           viendo  los  capitanes  del  Inca  la  desvergüenza  de  los  Collas,  que  cada  día
           era  mayor,  mandaron  de  secreto  a  sus  soldados  que  estuviesen  apercibidos
           para  pelear  con  ellos  a  fuego  y  a  sangre  y  llevarlos  por  todo  el  rigor  de  las
           armas,  porque  no  era  razón  permitir  tanto  desacato  como  hadan  al  Inca.
           Los  Collas  salieron  como  solían  a  hacer  sus  fieros  y  amenazas,  descuidados
           de  la  ira  y  apercibimiento  de  sus  contrarios.  Fueron  recibidos  y  tratados  con
           gran  rigor;  murieron la  mayor  parte de  ellos.  Y como  hasta  entonces  los  del
           Inca  no  habían  peleado  para  matarlos,  sino  para  resistirles,  dijeron  que  tam-
           poco  habían  peleado  aquel  día,  sino  que  el  Sol,  no  pudiendo  sufrir  la  poca
           estima  que  de  su  hijo  hadan  los  Collas,  había  mandado  que  sus  propias  ar-
           mas  se  volviesen  contra ellos  y  los  castigasen,  pues  los  Incas  no  habían  que-
           rido  hacerlo.  Los  indios,  como  tan  simples,  creyeron  que  era  así,  pues  los
           Incas,  que  eran  tenidos  por  hijos  del  Sol,  lo  afirmaban.  Los  amautas,  que
           eran  los  filósofos,  alegorizando  la  fábula,  decían  que  por  no  haber  querido
           los  Collas  soltar  las  armas  y obedecer  al  Inca  cuando  se  lo  mandaron,  se  les
           habían  vuelto en contra,  porque sus  armas fueron causa de la muerte de  ellos.










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