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CAPITULO  VI
                            RINDENSE  LOS  DE  HUAICHU;
                            PERDONANLOS  AFLABLEMENTE


               E  LOS  C.0LLAS,  según  dicen  sus  descendientes,  murieron  más  de  seis
           D mil  por el  mal concierto  y desatino  con  que  pelearon.  Por el  contrario,
          de la  parte de  los  Incas,  por  su  orden  y buen  gobierno,  faltaron  no  más  de
          quinientos.  Con  la  oscuridad de  la  noche  se  recogieron  los  unos  y los  otros  a
          sus  alojamientos,  donde  los  Collas,  sintiendo  el  dolor  de  las  heridas  ya  res-
          frjadas  y viendo los  que habían muerto, perdido el ánimo y el coraje que  hasta
           entonces  habían  tenido,  no  supieron  qué  hacer  ni  qué  consejo  tomar,  porque
           para  librarse  por  las  armas  peleando  no  tenían  fuerzas,  y  para  escapar  hu-
           yendo  no  sabían  cómo  ni  por  dónde,  porque  sus  enemigos  los  habían  cercado
           y tomado  los  pasos,  y  para  pedir  misericordia  les  parecía  que  no  la  mere-
          cían  por su  mucha  villanía  y  por  haber  menospreciado  tantos  y  tan  buenos
           partidos  como  el  Inca  les  había  ofrecido.
               En esta confusión  tomaron  el  camino  más  seguro  que  fue  el  parecer de
          los  más  viejos,  los  cuales  aconsejaron  que  rendidos,  aunque  tarde,  invocasen
          la  clemencia  del  Príncipe,  el  cual,  aunque  ofendido,  imitaría  la  piedad  de
           sus  padres,  de  los  cuales  se  sabía  cuán  misericordiosos  habían  sido  con  ene-
           migos  rebeldes.  Con  este  acuerdo  se  pusieron,  luego  que  amaneció,  en  el
           más  vil  traje  que  inventar  pudieron,  destocados,  descalzos,  sin  mantas,  no
           más  de  con  las  camisetas.  Y  los  capitanes  y  la  gente  principal,  atadas  las
           manos  sin  hablar  palabra alguna,  fueron  a enterarse  por  las  puertas  del  aloja-
           miento  del  Inca,  el  cual  los  recibió  con  mucha  mansedumbre.  Los  Collas,
           puestos  de  rodillas,  Je  dijeron  que  no  venían  a  pedir  misericordia,  porque
           sabían  que  no  merecían  que  el  Inca  la  usase  con  ellos,  por  su  ingratitud  y
           mucha  pertinacia;  que  solamente le  suplicaban  mandase  a  la  gente  de  guerra
          los pasase  a cuchillo  por  que  fuesen  ejemplo  para  que  otros  no  se  atreviesen
           a  ser  inobedientes  al  hijo  del  Sol,  como  ellos  lo  habían  sido.
               El  Inca  mandó  que  un  capitán  de  los  suyos  respondiese  en  su  nombre
           y les  dijese  que  su  padre el  Sol  no  lo  había  enviado  a  la  tierra  para que  ma-
           tase  indios  sino  para  que  les  hiciese  beneficios,  sacándoles  de  la  vida  bestial
           que  tenían,  y les  enseñase  el  conocimiento  del  Sol,  su  Dios,  y les  diese  orde-
           nanzas,  leyes  y gobierno  para que  viviesen  como  hombres  y no  como  brutos;
           y  que  por  cumplir  este  mandamiento  andaba  de  tierra  en  tierra,  sin  tener
           necesidad  de  ellos,  atrayendo  los  indios  al  servido  del  Sol;  y  que  como  hijo
           suyo,  aunque  ellos  no  lo  merecían,  los  perdonaba  y  mandaba  que  viviesen  y
           que  de  la  rebeldía  que  habfan  tenido  le  había  pesado  al  Inca  por  el  castigo
           riguroso  que  su  padre el  Sol  habfa  de  hacer  en  ellos,  como  lo  hizo;  que  de
           allf delante  se  enmendasen  y fuesen  obedientes  a  los  mandamientos  del  Sol,
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