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llegó al camino real de Umasuyu, cerca de un pueblo que hoy llaman Huaichu.
Allí supo cómo adelante había gran número de gente allegada para le hacer
guerra. El Inca siguió su camino en busca de los enemigos, los cuales salieron
a defenderle el paso de un río que llaman el río de Huaichu. Salieron trece
o catorce mil indios de guerra de diversos apellidos, aunque todos se encie-
rran debajo de este nombre Colla. El Inca, por no venir a batalla, sino a
seguir su conquista como hasta allí la había llevado, envió muchas veces a
ofrecer a los enemigos grandes partidos de paz y amistad, mas ellos nunca
los quisieron recibir, antes de día en día se hacían más desvergonzados, que
les parecía que los partidos que el Inca les ofrecía y el no querer venir con
ellos a rompimiento, todo era temor que les había cobrado. Con esta vana
presunción pasaban en cuadrillas por muchas partes del río y acometían con
mucha desvergüenza el real del Inca, el cual, por excusar muertes de ambas
partes, procuraba por todas vías atraerlos por bien y sufría el desacato de los
enemigos con tanta paciencia que ya los suyos se los tenían a mal y le decían
que a la majestad del hijo del Sol no era decente permitir y sufrir tanta
insolencia a aquellos bárbaros, que era cobrar menosprecio para adelante y
perder la reputación ganada.
El Inca templaba el enojo de los suyos con decirles que por imitar a
sus pasados y por cumplir el mandato de su padre el Sol, que le mandaba
mirase por el bien de los indios, deseaba no castigar aquéllos con las annas;
que aguardasen algún día sin hacerles mal ni darles batalla, a ver si nacía
en ellos algún conocimiento del bien que les deseaban hacer. Con estas pa-
labras y otras semejantes entretuvo el Inca muchos días sus capitanes, sin
querer dar licencia para que viniesen a las manos con los enemigos. Hasta
que un día, vencido de 1a importunidad de los suyos y forzado de la insolen-
cia de los contrarios, que era ya insoportable, mandó apercibir batalla.
Los Incas, que en extremo la deseaban, salieron a ella con toda pron•
titud. Los enemigos, viendo cerca la pelea que tanto habían incitado, salieron
asimismo con grande ánimo y presteza, y, venidos a las manos, pelearon de
una parte y de otra con grandísima ferocidad y coraje, los unos por susten-
tar su libertad y opinión de no querer sujetarse ni servir al Inca, aunque
fuese hijo del Sol, y los otros por castigar el desacato que a su Rey habían
tenido. Pelearon con gran pertinacia y ceguera, particularmente los Collas,
que como insensibles se metían por las armas de los Incas, y como bárbaros,
obstinados en su rebeldía, peleaban como desesperados sin orden ni con-
cierto, por lo cual fue grande la mortandad que en ellos se hizo. En esta
porfiada batalla estuvieron todo el día sin cesar. El Inca se halló en toda
ella, entrando y saliendo, ya a esforzar los suyos haciendo oficio de capitán,
ya a pelear con los enemigos por no perder el mérito de buen soldado.
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