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          fue  canontgo  de  la  Santa  Iglesia  del  Cuzco, el  cual  leyó  gramatlca  a  los
          mestizos  hijos  de  hombres  nobles  y  ricos  de  aquella  ciudad.  Movióse  a  ha-
          cerlo  de  caridad  propia  y  por  súplica  de  los  mismos  estudiantes,  porque cin-
          co  preceptores  que  en  veces  antes  habían  tenido  los  habían  desamparado  a
          cinco  o  seis  meses  de  estudio,  pareciéndoles  que  por  otras  granjerías  ten-
          drían  más  ganancia,  aunque  es  verdad  que  cada  estudiante  les  daba  cada
          mes  diez  pesos,  que  son  doce  ducados,  mas  todo  se  les  hacía  poco,  porque
          los  estudiantes eran  pocos,  que  cuando  más  llegaron  a docena  y  media.  Entre
          ellos  conocí  un  indio  Inca  llamado  Felipe  Inca,  y  era  de  un  sacerdote  rico
          y  honrado que  llamaban  el  Padre  Pedro  Sánchez,  el  cual,  viendo  el  habilidad
          que el  indio  mostraba  en leer y escribir,  le  dio  estudio, donde  daba  tan  buena
          cuenta de  la  gramática  como  el  mejor  estudiante  de  los  mestizos.  Los  cuales,
          cuando  el  preceptor los  desamparaba,  se  volvían  a la  escuela  hasta  que  venía
          otro,  el  cual  enseñaba  por  diferentes  principios  que  el  pasado,  y  si  algo  se
          les  había  quedado  de  lo  pasado,  les  decían  que  lo  olvidasen  porque  no  valía
          n~da.
               De  esta  manera  anduvieron  en  mis  tiempos  los  estudiantes  descarriados
          de  un  preceptor  en  otro,  sin  aprovecharles  ninguno  hasta  que  el  buen  canó-
          nigo  los  recogió  debajo  de  su  capa  y  les  leyó  latinidad  casi  dos  años  entre
          armas  y caballos,  entre  sangre  y  fuego  de  las  guerras  que  entonces  hubo  de
          los  levantamientos  de  don  Sebastián  de  Castilla  y  de  Francisco  Hernández
          Girón,  que  apenas  se  había  apagado  el  un  fuego  cuando  se  encendió  el
          segundo  que  fue  peor y  duró  más  en  apagarse.  En  aquel  tiempo  vio  el canó-
           nigo  Cuéllar  la  mucha  habilidad  que  sus  discípulos  mostraban  en  la  gramá-
          tica y la  agilidad  que  tenían  para las  demás  ciencias,  de l!lf  cuales carecían  por
          la  esterilidad  de  la  tierra.  Doliéndose  de  que  se  perdiesen  aquellos  buenos
          ingenios,  les  decía  muchas  veces:  "¡Oh,  hijos,  qué  lástima  tengo  no  ver  una
          docena  de  vosotros  en  aquella  universidad  de  Salamanca!"  Todo  esto  se  ha
           referido  por  decir  la  habilidad  que  los  indios  tienen  para  lo  que  quisieren
          enseñarles,  de  la  cual  también  participan  los  mestizos,  como  parientes  de
          ellos.  El  canónigo  Juan  de  Cuéllar  tampoco  dejó  sus  discípulos  perfecciona-
          dos  en  latinidad  porque  no  pudo  llevar  el  trabajo  que  pasaba  en  leer  cuatro
          lecciones  cada  día  y  acudir  a las  horas  de  su  coro,  y  así  quedaron  imperfec-
           tos  en  la  lengua  latina.  Los  que  ahora  son  deben  dar  muchas  gracias  a  Dios
           porque  les  envió  la  Compañía  de  Jesús,  con  la  cual  hay  tanta  abundancia  de
           todas  ciencias  y  de  toda  buena  enseñanza  de  ellas,  como  la  que  tienen  y
           gozan.  Y  con  esto  será  bien  volvamos  a  dar  cuenta  de  la  sucesión  de  los
           Reyes  Incas  y  de  sus  conquistas.


                                  FIN  DEL  LIBRO  SEGUNDO
           1   El canónigo  Juan  de  Cué!lar  fue  recibido  en  la  Catedral  del  Cuzco  el  4  de  julio  de
              1552,  o  sea  cuando  el  Inca  Garcilaso,  que  entonces  se  llamaba  Gómez  Suárcz  de
              Figueroa,  tenía  trece  años  de  edad.

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