Page 293 - Comentarios_reales_1_Inca_Garcilaso_de_la_Vega
P. 293
ciudad y entró en ella en espacio de una luna (como dicen los indios) que
habían salido de ella; porque cuentan los meses por lunas. Los indios, así
los leales como los que se habían rebelado, quedaron admirados de ver la
piedad y mansedumbre del príncipe, que no lo esperaban de la aspereza de
su condición; antes habían temido que, pasada la victoria, había de hacer
alguna grande carnicería. Empero decían que su Dios el Sol le había man-
dado que mudase de condición y semejase a sus pasados. Mas lo cierto es
que el deseo de la honra y fama puede tanto en los ánimos generosos, que
les hace fuerza a que truequen la brava condición y cualquiera otra mala
inclinación en la contraria, como lo hizo este príncipe, para dejar el buen
nombre que dejó entre los suyo~.
El Inca Viracocha entró en el Cuzco a pie, por mostrarse soldado más
que no Rey; descendió por la cuesta abajo de Carmenca, rodeado de su
gente de guerra, en medio de sus dos tíos; los maeses de campo y los pri-
sioneros en pos de ellos. Fue recibido con grandísima alegría y muchas acla-
maciones de la multitud del pueblo. Los Incas viejos salieron a recibirle y
adorarle por hijo del Sol; y después de haberle hecho el acatamiento debido,
se metieron entre sus soldados, para participar del triunfo de aquella victo-
ria. Daban a entender que deseaban ser mozos para militar debajo de tal
capitán. Su madre, la Coya Mama Chicya, y las mujeres más cercanas en
sangre al príncipe, como hermanas, tías y primas hermanas y segundas, con
otra gran multitud de Pallas, salieron por otra parte a recibirle con canta-
res de fiestas y regocijo. Unas Je abrazaban, otras le enjugaban el sudor de
la cara, otra le quitaban el polvo que traía, otras le echaban flores y yer-
bas olorosas. De esta manera fue el príncipe hasta la casa del Sol, donde en-
tró descalzo, según la costumbre de ellos, a rendirle las gracias de la victoria
que le había dado. Luego fue a visitar las vírgenes mujeres del Sol y habiendo
hecho estas visitas, salió de la ciudad a ver a su padre, que todavía se es-
taba en la angostura de Muina, donde lo había dejado.
El Inca Yáhuar Huácac recibió al príncipe, su hijo, no con el regocijo,
alegría y contento que se esperaba de hazaña tan grande y victoria tan des-
confiada, sino con un semblante grave y melancólico, que antes mostraba
pesar que placer. O que fuese de envidia de la famosa victoria del hijo o de
vergüenza de su pusilanimidad pasada o de temor que el príncipe le quitase
el reino, por haber desamparado la casa del Sol y las vírgenes sus mujeres,
y la ciudad imperial: no se sabe cuál de estas tres cosas causase su pena, o
si todas tres juntas.
En aquel acto público pasaron entre ellos pocas palabras, más después
en secreto, hablaron muy largo. Sobre qué fuese la plática no lo saben decir
los indios, mas de que por conjeturas se entiende que debió de ser acerca
de cuál de ellos había de reinar, si el padre o el hijo, porque de la plática
secreta salió resuelto el príncipe que su padre no volviese al Cuzco, por ha-
berla desamparado. Y como la ambición y deseo de reinar, en los príncipes,
254