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mensajero  al  Sol  con  la  nueva  de  la  víctoria,  y  envió  a  mandar  a los  sacer-
         dotes  que  (recogiéndose  los  que  de  ellos  habían  huído)  le  diesen  las  gracias
         y  le  hiciesen  nuevos  sacrificios.  Otro  mensajero  envi6  a  las  vírgenes  dedica-
         das  para  mujeres  del  Sol,  que  llamamos  escogidas,  con  la  nueva  de  la  victo-
         ria,  como  que  por  sus  oraciones  y  méritos  se  la  hubiese  dado  el  Sol.  Otro
         correo  que  llaman  chasqui,  envió  al  Inca,  su  padre,  dándole  cuenta  de  todo
         lo que  hasta  aquella  hora  había  pasado  y  suplicándole  que,  hasta  que  él  vol-
         viese,  no  se  moviese  de  donde  estaba.






                                     CAPITULO  XX
           EL  PRINCIPE  SIGUE  EL  ALCANCE,  VUELVE  AL CUZCO,  VESE
                    CON  SU  PADRE,  DESPOSEELE  DEL  IMPERIO


             ESPACHADOS  LOS  mensajeros,  mandó  elegir  seis  mil  hombres  de  guerra
         D que  fuesen  con  él  en  seguimiento  del  alcance,  y  a la  demás  gente  des-
         pidió,  que  se  volviesen  a  sus  casas,  con  promesa  que  hizo  a  los  curacas  de
         gratificarles  a  su  tiempo  aquel  servicio.  Nombró  dos  tíos  suyos  por  maeses
         de  campo,  que  fuesen  con  él,  y  dos  días  después  de  la  batalla  salió  con  su
         gente  en  seguimiento  de  los  enemigos;  no  para  maltratarlos,  sino  para  ase-
         gurarlos  del  temor  que  podían  llevar  de  su  delito.  Y  así  los  que  por  el  ca-
         mino  alcanzó,  heridos  y  no  heridos,  los  mandó  regalar  y  curar,  y  de  los
         mismos  indios  rendidos  envió  mensajeros  que  fuesen  a  sus  provincias  y
         pueblos  y les  dijesen  cómo  el  Inca  iba  a perdonarlos  y  consolarlos,  y  que  no
         hubiesen  miedo.  Con  estas  prevenciones  hechas,  caminó  aprisa,  y,  cuando
         llegó  a  la  provincia  Antahuailla,  que  es  la  de  los  Chancas,  salieron  las  mu-
         jeres  y  niños  que  pudieron  juntarse,  con  ramos  verdes  en  las  manos  acla-
         mando  y diciendo:  "Solo  Señor,  hijo  del  Sol,  amador  de  pobres,  habed  lás-
         tima de  nosotros  y  perdonadnos".
              El príncipe  los  recibió  con  mucha  mansedumbre  y  les  mandó  decir  que
         de  la  desgracia  recibida  habían  tenido  la  culpa  sus  padres  y  maridos,  y  que
         a  todos  los  que  se  habían  rebelado  los  tenía  perdonados,  y  que  venía  a visi-
         tarlos  por  su  persona,  para  que,  oyendo  el  perdón  de  su  propia  boca,  que-
         dasen  más  satisfechos  y  perdiesen  de  todo  el  temor  que  podían  tener  de  su
         delito.  Mandó  que  les  diesen  lo  que  hubiesen  menester  y  los  tratasen  con
          todo  amor  y caridad  y tuviesen  gran  cuenta  con  el  alimento  de  las  viudas  y
         huérfanos,  hijos  de  los  que  habían  muerto  en  la  batalla  de  Y ahuarpampa.
              Corrió  en  muy  breve  tiempo  todas  las  provincias  que  se  habian  rebe-
         lado,  y,  dejando  en  ellas  gobernadores  con  bastante  gente,  se  volvi6  a  la

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