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socorro acordaron estarse quedos hasta que llegasen los amigos para que
descansasen y tomasen algún refresco, entretanto que llegaban los enemigos.
También le pareció al Inca Viracocha y a sus parientes, los consejeros, que
ya que se aumentaban sus fuerzas, no se alejasen de la ciudad, por tener cerca
los bastimentas y lo demás necesario para la gente de guerra y para socorrer
la ciudad con presteza, si se le ofreciese algún peligro.
Con este acuerdo estuvo el príncipe Inca Viracocha en aquel llano,
hasta que llegó el socorro, que fue de doce mil hombres de guerra. El príncipe
los recibió con mucho agradecimiento del amor que a su Inca tenían, hizo
grandes favores y regalos a los curacas de cada nación y a todos los demás
capitanes y soldados, loando su lealtad y ofreciendo para adelante el galar-
dón de aquel servicio tan señalado. Los curacas, después de haber adorado
a su Inca Viracocha, le dijeron cómo dos jornadas atrás venían otros cinco
mil hombres de guerra, que ellos, por venir aprisa con el socorro, no los
habían esperado. El príncipe les agradeció de nuevo la venida de los unos y
de los otros, y habiéndolo consultado con los parientes, mandó a los curacas
que enviasen aviso a los que venían de lo que pasaba, y cómo el príncipe
quedaba en aquel llano con su ejército; que se diesen prisa hasta llegar a unos
cerrillos y quebradas que allf cerca habla, y que en ellos se emboscasen y
estuviesen encubiertos hasta ver qué hadan los enemigos de s.l. Porque si
quisiesen pelear entrarían en el mayor hervor de la batalla y darían en los
contrarios por un lado para vencerlos con más facilidad; y si no quisiesen pe-
lear habrían hecho como buenos soldados. Dos días después que llegó el
socorro al Inca, asomó por lo alto de la cuesta de Rimactampu la vanguardia
de los enemigos; los cuales, sabiendo que el Inca Viracocha estaba cinco
leguas de allí, fueron haciendo pausas y pasaron la palabra atrás para que
la batalla y retaguardia se diesen prisa a caminar y se juntasen con la van-
guardia. De esta manera caminaron aquel día, y llegaron todos juntos a
Sacsahuana, tres leguas y media de donde estaba el príncipe Viracocha y
donde fue después la batalla de Gonzalo Pizarra y el de la Gasea.
CAPITULO XVIII
BATALLA MUY SANGRIENTA, Y EL ARDID CON
QUE SE VENC/O
A SACSAHUANA envió mensajeros el Inca Viracocha a los enemigos, con
requerimientos de paz y amistad y perdón de lo pasado. Mas los Oian-
cas, habiendo sabido que el Inca Yáhuar Huácac se había retirado y desam-
parado la ciudad, aunque supieron que el príncipe su hijo estaba determina-
do a defenderla y que aquel mensaje era suyo, no lo quisieron escuchar, por
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