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que andaba derramada por los campos, y cómo salió de la ciudad a recibir
los enemigos, para morir peleando con ellos, antes que ver las insolencias
y torpezas que habían de hacer en las casas y templo del Sol y en el convento
de las vírgenes escogidas y en toda aquella ciudad que tenía por sagrada.
Ahora es de saber que poco más de media legua de· la ciudad, al norte, está
un llano grande; allí paró el príncipe Inca Viracocha a esperar la gente que
en pos de él salía del Cuzco y a recoger los que habían huido por los cam-
pos. De los unos y de los otros y de los que trajo consigo, juntó más de ocho
mil hombres de guerra, todos Incas, determinados de morir delante de su
príncipe. En aquel puesto le llegó aviso que los enemigos quedaban nueve
o diez leguas de la ciudad, y que pasaban ya el gran río Apurímac. Otro día
después de esta mala nueva, llegó otra buena en favor de los Incas y vino
de la parte de Contisuyu, de un socorro de casi veinte mil hombres de
guerra que venían pocas leguas de allí en servicio de su príl).cipe, de las
naciones Quechua, Cotapampa y Cotanera y Aimara y otras que por ague•
Ilas partes confinaban con las provincias rebeladas.
Los Quechuas, por mucho que hicieron los enemigos por encubrir su
traición, la supieron, porque confinan con tierras de los Chancas; y por
parecerles el tiempo corto, no quisieron avisar al Inca, por no esperar su man-
dado, sino que levantaron toda la demás gente que pudieron, con la presteza
que la necesidad pedía, y con ella caminaron hacia la ciudad del Cuzco, para
socorrerla, si pudiesen, o morir en servicio de su Rey; porque estas naciones
eran las que se redujeron de su voluntad al imperio del Inca Cápac Yupan•
qui, como dijimos en su tiempo, y, por mostrar aquel amor, vinieron con
este socorro. También lo hicieron por su propio interés, por el odio Y ene•
mistad antigua que siempre hubo entre Chancas y Quechuas, de muchos
años atrás; y por no volver a las tiranías de los Chancas (si por alguna vía
venciesen) llevaron aquel socorro. Y por que los enemigos no entrasen
primero que ellos en la ciudad, fueron atajando para salir al norte de ella a
encontrarse con los rebelados. Y así llegaron casi a un tiempo amigos y
enemigos.
El príncipe Inca Viracocha y todos los suyos se esforzaron mucho de
saber que les venía tan gran socorro en tiempo de tanta necesidad, y lo
atribuyeron a la promesa que su tío, el fantasma Viracocha Inca, le había
hecho cuando le apareció en sueños y le dijo que en todas sus necesidades
le favorecía como a su carne y sangre, y buscaría los socorros que hubiese
menester; de las cuales palabras se acordó el príncipe viendo el socorro tan
a tiempo, y las volvió a referir muchas veces, certificando a los suyos que
tenían el favor de su dios Viracocha, pues veían cumplida su promesa; con
lo cual cobraron los Incas tanto ánimo, que certificaban por suya la victoria,
y, aunque habían determinado de ir a recibir los enemigos y pelear con ellos
en las cuestas y malos pasos que hay desde el río Apurímac hasta lo alto de
Uillacunca (que por tenerlo alto les tenían ventaja), sabiendo la venida del
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