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yendo a más no poder. El prmc1pe, habiendo seguido un rato el alcance,
mandó tocar a recoger, por que no matasen ni hiriesen más enemigos, pues
se daban ya por vencidos; y él por su persona corrió todo el campo do había
sido la batalla y mandó recoger los heridos para que los curasen y los muertos
para que los enterrasen. Mandó soltar los presos, que se fuesen libremente
a sus tierras, diciéndoles que los perdonaba a todos. La batalla, habiendo
sido tan reñida que duró más de ocho horas, fue muy sangrienta: tanto, que
dicen los indios que, demás de la que se derramó por el campo, corrió san-
gre por un arroyo seco que pasa por aquel llano, por lo cual le llamaron de
allí adelante Yáhuar Pampa, que quiere decir campo de sangre. Murieron
más de treinta mil indios; los ocho fueron de la parte del Inca Viracocha,
y los demás de las naciones Chanca, Huancohuallu, Uramarca, Uillca y
Utunsulla y otras.
Quedaron presos los dos maeses de campo y el general Hancohuallu;
al cual mandó curar el príncipe con mucho cuidado, que salió herido, aun-
que poco, y a todos tres los retuvo para el triunfo que pensaba hacer ade-
lante. Un tío del príncipe, pocos días después de- la batalla, les dio una grave
reprensión, por haberse atrevido a los hijos del Sol, diciendo que eran in-
nncibles, en cuyo favor y servicio peleaban las piedras y los árboles, con-
virtiéndose en hombres porque as! lo mandaba su padre el Sol, como en la
batalla pasada lo habían visto y lo verían tedas las veces que lo quisiesen
experimentar. Dijo otras fábulas en favor de los Incas, y a lo último les dijo
que rindiesen las gradas al Sol, que mandaba a sus hijos tratasen con mise-
ricordia y demencia a los indios; que por esta razón el príncipe les perdona-
ba las vidas y les hacía nueva merced de sus estados, y a todos los demás
curacas que con ellos se habían rebelado, aunque merecían cruel muerte; y
que de allí adelante fuesen buenos vasallos, si no querían que el sol los
castigase con mandar a la tierra que se los tragase vivos. Los curacas, con
mucha humildad, rindieron las grachs de la merced que les hada y prome-
tieron ser leales criados.
Habida tan gran victoria, el Inca Viracocha hizo luego tres mensajeros.
El uno envió a la casa del Sol a hacerle saber la victoria que mediante su
favor y socorro habían alcanzado, como si él no la hubiera visto; porque es
así que estos Incas, aunque tenían al Sol por Dios, le trataban tan corpo-
ralmente como si fuera un hombre como ellos; porque, entre otras cosas
que con él hacían a semejanza de hombre era brindarle, y lo que el Sol ha-
bía -le beber lo echaban en un medio tinajón de oro que ponían en la plaza
donde hadan sus fiestas o en su templo, y la tenían al Sol y decían que lo
que de allí faltaba lo bebía el Sol; y no decían mal, porque su calor lo con-
sumía. También le ponían platos de vianda que comiese. Y cuando había
sucedido alguna cosa grande, como la victoria pasada, le hadan mensaíero
particular, para hacerle saber lo que pasaba y rendirle las gracias de ello.
Guardando esta costumbre antigua, el príncipe Viracocha Inca envió su
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