Page 14 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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4 TRAYECTORIA HISTORICA DE GRECIA
Los helenos de esta época son, comparados con las naciones de Asia, nacio
nes de vieja cultura, un pueblo joven. El nombre helénico fué aglutinando poco
a poco a toda una serie de pueblos dispersos, hermanados por la afinidad de sus
lenguas. Su historia se cifra en el logro de su unidad nacional y en el fracaso
de su unidad política.
f Hasta el momento en que aquel nombre común se impone, todo lo que esos
pueblos saben de su pasado —de su prehistoria— son cosas inseguras y legenda
rias. Se creen moradores autóctonos de aquella accidentada península, rica en
montañas y abundante en ensenadas, que se extiende, de norte a sur, desde el
Escardo y las fuentes del Axio hasta la punta de Tenaro. Reverencian la memoria
de un rey llamado Pelasgo, que reinara en Argos y cuyos dominios abarcaban,
además de aquellas tierras, las de Dodona y Tesalia, las estribaciones de la cor
dillera del Pindó, Peonía y todo el país que se extendía “hasta las claras aguas
del Estrimon”; según ellos, toda la Hélade se conocía en aquellos remotos tiem
pos con el nombre de Pelasgia.
Las tribus del norte de la península vivían aferradas a sus montañas y a sus
valles, de la labranza y del pastoreo, fieles a su religión arcaica, que aún no ha
bía puesto nombres especiales a sus dioses, a los que llamaba genéricamente
“poderes”, porque “lo podían todo”, y veía en el tránsito de la luz a la sombra,
en las vicisitudes de la vida y la muerte, en los acontecimientos de la naturaleza,
otros tantos testimonios y ejemplos de su fuerza ineluctable.
Otras tribus viéronse empujadas por la necesidad, dentro de la península, o
por el afán de pisar nuevas tierras fuera de ella, junto al mar o más allá del mar,
en busca de botín ganado por la guerra o la piratería o lanzadas a la aventura de
crearse una nueva patria por los senderos de la intrepidez y la violencia. En estas
condiciones, todo se hallaba a merced del vigor personal y la iniciativa propia,
que nada refrenaba, y el éxito tenía su clave en la acción y en la segura ganancia.
Ante su mente se transformó de un modo radical la imagen de la divinidad; en
vez de aquellos dioses tranquilos que vivían y actuaban en la naturaleza, los suyos
eran los poderes que henchían y gobernaban su agitada vida, las fuerzas de la ro
busta voluntad, de la intrepidez y la violencia. Y a la mudanza exterior de su
vida correspondió el cambio interior de su modo de ser; estos hombres convir
tiéronse en helenos. Los unos contentáronse con descender de las montañas a los
llanos de Tesalia, de Beocia y del Peloponeso, para quedarse allí; los otros sintié
ronse tentados por el mar Egeo, con sus hermosas islas, y por las costas que se
extendían al oriente de ellas, con sus vastas y fértiles llanuras, más allá de las
cuales se alzan las montañas que sustentan la meseta del Asia Menor; y nuevas
y nuevas oleadas arrastraban consigo a nuevos contingentes.
Mientras que, en las tierras del interior de la península, los “reyes”, con
el brazo armado de sus “hetairos” o gentes de guerra, se hicieron fuertes en los
valles o en los llanos más próximos a sus montañas, expulsaron o sojuzgaron a
la población indígena e instauraron la dominación de una casta militar, que no
tardó en eliminar o en reducir a un régimen puramente nominal el de la monar