Page 146 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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140 MARCHA A TRAVES DE LICIA
generales del ejército macedonio, al que Alejandro había perdonado y elevado a
grandes puestos. El rey había sido prevenido muchas veces; no hacía mucho que
Olimpia, en una carta, exhortaba a su hijo a no confiar demasiado en quienes,
habiendo sido antes enemigos suyos, eran tenidos ahora por él como sus amigos.
El traidor era Alejandro, el lincestio, en quien las equívocas pretensiones de
su familia al trono de Macedonia habían encontrado un defensor tan pérfido
como tenaz. A pesar de que había sospechas muy vehementes de que también él
había participado en la conspiración para asesinar al rey Filipo por la que fueron
condenados a muerte dos hermanos suyos, no sólo se le había dejado impune,
teniendo en cuenta que se había sometido en seguida al hijo del rey asesinado y le
había rendido pleitesía como monarca, sino que se le habían confiado importantes
puestos de mando, entre otros, últimamente, el de jefe de la caballería tesaliense
en la expedición contra el país de Memnón y a las tierras de Bitinia. Pero la
confianza depositada en él por el rey no fué bastante para hacer cambiar los
sentimientos de aquel hombre torvo; la conciencia de un crimen inútil, pero
del que no se había arrepentido, el impotente orgullo, doblemente irritado
por la magnanimidad de un rey joven y mimado por la fortuna, el recuerdo de
sus dos hermanos, que habían derramado su sangre al servicio del plan común,
una sed de dominación tanto más violenta cuanto más desesperada, en suma, la
envidia, el odio, la ambición y el miedo fueron, sin duda, los resortes que llevaron
al lincestio a reanudar o tal vez a no romper los contactos con la corte persa; aquel
Neotolomeo que había encontrado la muerte en Halicarnaso, luchando junto con
los persas, era sobrino suyo; por medio de Amintas, el hijo de Antíoco, que,
habiendo huido de Macedonia, al acercarse el ejército de Alejandro había salido
de Efeso para refugiarse en Halicarnaso, consiguiendo arribar después a la corte de
los persas, el lincestio había hecho llegar al gran rey, de palabra y por escrito,
ciertos ofrecimientos, y Sísines, uno de los confidentes de Darío, vino al Asia
Menor, al parecer para transmitir órdenes a Aticíes, el sátrapa de la Gran Frigia,
pero en realidad con encargos secretos muy importantes y esforzándose sobre todo
por deslizarse en los acantonamientos de la caballería tesaliense. Descubierto y
apresado por Parmenión, confesó la misión que le había llevado a Faselis, disfra
zado, para prometer al lincestio, en nombre del gran rey, la suma de mil talentos
y el reino de Macedonia si asesinaba a Alejandro.
El rey convocó inmediatamente a sus amigos para que diesen su parecer
acerca de la conducta que debía seguirse con el inculpado. Los amigos opinaron
que Alejandro no había hecho bien en confiar a un hombre tan eqüívoco como
aquél el mando de las fuerzas más importantes de caballería de su ejército; por
ello, era ahora mucho más necesario quitarlo de en medio cuanto antes, para
que no siguiese atrayéndose a la caballería tesaliense e intentando arrastrarla con
él a la traición. Sin pérdida de momento, fué enviado a entrevistarse con Par
menión uno de los oficíales de más confianza, Anfóterox, hermano de Crátero;
vestido con ropas del país, para que nadie le conociese, y acompañado por algu
nos pergenses, consiguió llegar de incógnito a su lugar de destino; después de