Page 431 - Egipto Tomo 1
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346 EL CAIRO
durante la dominación de los mamelucos circasianos. Y téngase en cuenta que no eran el
amor á la patria, ni el sacrificio del interés personal en provecho del bien común, los móviles
que impulsaban á esos extranjeros advenedizos: nada ménos que esto. Codiciosos hasta la
inverosimilitud, su objeto se reducía á hacer suyo «el tesoro de la tierra,» «la madre del
bienestar,» que es como llaman al Egipto los historiadores árabes, y puestos en esta
pendiente todo les parecía poco para saciar su miserable ambición; su siempre creciente sed
de riquezas. Se dirá acaso, no se concibe entonces que invirtieran las enormes sumas
que suponen los soberbios monumentos que en el tiempo de su dominación se levantaron;
mas en ello sólo obedecían al deseo de demostrar á sus contemporáneos y á las generaciones
venideras la inmensidad de su poder y la de los tesoros de que disponían.
Una de las mezquitas de mayor magnificencia del Cairo es la debida al segundo sucesor
de Farag, Schech el-Mu’aijad, que á la edad de doce años había sido llevado á Egipto como
esclavo. Aherrojado en una cárcel por sus enemigos, hizo juramento durante su cautividad
de trocarla en mezquita si un dia llegaba al poder; y en efecto, cumpliólo cual lo había dicho,
levantando un edificio como pocos suntuoso, que además de su mausoleo, contiene el de su
familia, en cuya construcción empleó la enorme suma de cuatrocientos mil dinares, y de cuya
magnificencia puede formarse cabal idea merced á la atinada restauración que se acaba de
practicar. Y sin embargo, no debe olvidarse que para ello, según sientan los historiadores, y
una simple ojeada basta para comprobar la certeza, apoderóse violentamente de las columnas
existentes en edificios particulares, y en palacios y mezquitas en tiempos anteriores cons-
truidos. De cuantos monumentos existen en la ciudad, es este acaso el más suntuoso y
espléndido: en su fábrica trabajaron durante muchos años treinta pulimentadores y cien
alarifes; mas el deseo, por parte del sultán, de que no existiera otro que lo igualase, dio como
resultado que el exceso de la ornamentación cediera en perjuicio de la elegancia y la sencillez.
Olvidó, ó ignoraba, que cuando se trata de obtener un conjunto armonioso, resultante
de la belleza, la nobleza y la perfección de las formas, entre las partes y el todo arquitec-
tónico, jamás debe cederse al afan de deslumbrar al espectador por medio del brillo de los
la exuberancia de la decoración. Como en
colores, la riqueza de los materiales empleados y
las mezquitas de tiempos anteriores, el patio y la fuente se hallan rodeados de arcadas,
por consiguiente labradas por artistas griegos y romanos, muchas
siendo de estilo corintio, y
de las columnas que sostienen aquéllas, y que, según dejamos indicado, procedian de edificios
anteriores. En cuanto al santuario propiamente dicho, con su techo dividido en comparti-
mentos, v sus artesones pintados de vivos colores que realza el oro, produce un efecto
soberbio, siquiera no resulte éste de la nobleza y sencillez de las líneas, sino del brillo de la
materia y del atractivo del color. Tanto es así, que pasada la primera impresión y cuando del
conjunto se desciende á los detalles, el ojo ménos experimentado observa que la inspiración
artística desaparece bajo una ornamentación prolija y en cierto modo fantasmagórica, que
aún en el concepto de ejecución deja no poco que desear. Schech el-Alu’aijad contando con las
elevadas dotes militares de su hijo, alcanzó grandes triunfos en los campos de batalla de