Page 436 - Egipto Tomo 1
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acostumbrados á ver en las embajadas procedentes de regiones desconocidas, una tácita
sumisión al imperio del Islam, complacíanse en sostener, acaso equivocadamente, que la
bondad de los principios religiosos había influido no ménos que el interés mercantil en la
inesperada demanda del soberano del extremo Oriente. «Los embajadores del rey de Catay,
»dice Makrizi, llegaron al Cairo el año 743 de la egira, habiendo salido de su país en el 739,
» portadores de cartas para el sultán Mahomed Ibn-Kalaun. En ellas se consignaba que un
» fakir que fué al Catay, donde permaneció durante largo tiempo, había trabajado asídua-
» mente á fin de separar á los habitantes del culto que prestaban al sol naciente y convertirlos
»á su fe. Llegó esto á noticia del rey que, en consecuencia, lo mandó llamar, y convencido
»por los argumentos del misionero se hizo musulmán; y muerto el apóstol envió emba-
jadores á Egipto en demanda de algunos libros teológicos y de un doctor capaz de
» enseñar á sus súbditos las prácticas del Islam. El sultán acogió perfectamente á los
» enviados, dio orden para que se las regalaran ricos trajes de ceremonia, y les hizo remitir
»una colección de obras selectas en las cuales pudieran encontrar sólida instrucción.» El
beneficio temporal de tales misiones fué sumamente provechoso para el Egipto. La peque-
ña ciudad de Koceir adquirió durante algún tiempo, bajo el dominio de los mamelucos,
la importancia que alcanzara en la época de los Tolomeos; pues la ruta que llevaban
las caravanas, por medio de la cual se hallaba enlazada con el Nilo, vióse desde luego
cubierta materialmente de convoyes de camellos que conducían pesados fardos, y en el
punto de llegada que primero fué Keft y más adelante Kus, apenas podían contarse las
embarcaciones que cargaban y descargaban. Dícese que no bajaban de treinta y seis mil las
que surcaban las aguas del Nilo, y el florentino Frescobaldi asegura que en su tiempo (1384)
so veian más buques en el puerto del Cairo que en Génova, Veneciá ó Ancona. La misma
Alejandría, en la época de los mamelucos tenia el privilegio de proporcionar á los Europeos
las mercancías procedentes del Este que para sus necesidades habían menester. Todos los
pueblos, todas las ciudades mercantiles, tenian establecidos allá sus corresponsales, de suerte
que podía juzgarse de la importancia que bajo el punto de vista del comercio tenia un pueblo,
por el número de los representantes domiciliados en aquella ciudad. Según parece, los
venecianos ocupaban el primer lugar: los genoveses concluyeron diferentes tratados con el
sultán Kalaun y su hijo Chalil, el fundador de Chan el-Chalil, el barrio comerciante más
animado del Cairo, debiéndose á ellos el privilegio, que como señores del mar del Norte les
fué concedido, de surtir de esclavos griegos y circasianos los mercados egipcios. El valle del
Nilo, tan pobre en bosques y en metales, se proporcionaba en el Norte la madera de cons-
trucción v el hierro; pues sin la importación de tales artículos de primera necesidad, le habría
sido imposible construir un solo buque para su flota. Ésta había ocasionado á los occidentales
pérdidas tan frecuentes como sensibles: una gran parte del oro y de la plata acunados en
Europa, pasaba á manos de los infieles de Oriente. El tráfico de esclavos, entre los cuales se
cristianas cautivados en Europa, habia de ser justamente
encontraban no pocos cristianos y
anatematizado por la Iglesia, y de aquí que los pontífices prohibieran en repetidas ocasiones a