Page 47 - Egipto Tomo 1
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30                  ALEJANDRIA ANTIGUA
                   Estos monumentos, cuyo granito y planchas de oro pulimentado reflejaron en otro tiempo
                 los rayos solares, estaban consagrados á Ra, dios del Sol. Junto al Sebasteion, delante do
                 cuyas puertas se levantaban, extendíanse bellísimos jardines y vastas columnatas adornadas
                 de pinturas y estatuas.  En una revuelta de los gentiles contra los cristianos, acaecida el
                 año 366, fue dicho edificio pasto de las llamas: reedificóse más tarde, pero nos es imposible
                 consignar en qué circunstancias  y por quién se llevó á cabo su definitiva ruina. Al presento
                 un picapedrero tiene establecido  allí su taller: el silbido de las locomotoras que recorren la
                 cercana  via férrea de Ramleli,  distrae  al viajero que  lo examina:  el obelisco, venerable
                 monumento de un pasado que no existe, no produce efecto alguno, degradado como está por
                 los objetos que le rodean, y sólo contemplándolo desde el mar recobra su pintoresco atractivo
                 y recuerda la desvanecida grandeza de la ciudad griega.
                   La vista de la famosa columna de Pompevo nos traslada también á la Alejandría de los
                 emperadores romanos.  Hállase situada al suroeste de la ciudad, y señala el sitio en el cual
                 se levantó el Serapeion en el punto de unión de la Necrópolis y el barrio egipcio de Rakotis.
                   No era solamente  el Serapeion  el templo consagrado á Serapis por los Tolomeos, que
                 lo llevaron á Egipto, con el propósito de que el pueblo mixto sobro el cual imperaban, tuviera
                 una divinidad ante  la cual pudieran postrarse con idéntica devoción así la raza indígena
                 como los representantes de la nacionalidad griega: era también, val propio tiempo, uno de
                 los centros del saber.  Tenia diferentes anexos,
                                               y andando los años fue uno de los centros
                 en que  se alimentó  el misticismo de  las  diferentes comunidades  religiosas, por demás
                 abundantes en Alejandría, en la época de los emperadores. Por su magnificencia ocupaba el
                 primer lugar después del Capitolio romano.  Descollaba singularmente sobre todo cuanto
                le rodeaba: una ancha via, perfectamente pavimentada, permitía llegar en carruaje al pié
                del mismo,  y una escalinata de  cien peldaños, que  se ensanchaban  al compás que  se
                aproximaban á la base, facilitaba  el ascenso á los pedestres.  Llegábase  al pórtico después
                de haber pasado debajo de una cúpula que sostenian cuatro columnas y al cabo se llegaba
                al templo propiamente dicho, en el cual se veian obeliscos, fuentes, cámaras y habitaciones
                subterráneas;  una  biblioteca  que  encerraba  300,000  volúmenes,  salas  columnas
                                                            y     y
                gigantescas que se distinguían ya de léjos y aún desde  el mar.  La magnificencia de las
                pinturas  el brillo y esplendor de los metales preciosos y do la pedrería, deslumbraban
                      y
                las  atónitas miradas del espectador, que  se  sentía poseido de fervor piadoso en cuanto
                penetraba en  el Sancta Sancionan, en  el cual, esculpida acaso por Rrvaxis, se ostentaba
                la estatua de la divinidad. Labrada de madera, desaparecia ésta completamente debajo de
                planchas de ricos metales, que dispuestas con gran arte, de los pies á la cabeza la cubrían:
                ceñía sus sienes  el kalathos y á sus plantas, que con sus anillos rodeaba una culebra,
                veíase echado un Cancerbero con triple cabeza de león, de lobo y de perro. Merced á una
                abertura hábilmente calculada, en medio de la senrí oscuridad del santuario, penetraba en el
                interior del mismo un rayo de luz que caia sobre la boca del dios, cual  si quisiera besarlo
                en los labios. En tiempo de Marco Aurelio fué el Serapium presa de las llamas, salvándose
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