Page 49 - Egipto Tomo 1
P. 49
32 ALEJANDRIA ANTIGUA
el Bruchium y con él los edificios del Museo: con este motivo convirtióse el Serapium en
punto de reunión de la gente docta. Más adelante el cristianismo, que había echado
tempranas y hondas raíces en Egipto, amenazó el culto del dios: y en cuanto Teodosio hubo
promulgado su edicto contra las imágenes de las divinidades paganas, dheofilo, arzobispo
de Alejandría, procedió con frenético entusiasmo á la ejecución del mismo, disponiéndose
en consecuencia la demolición del Serapium, y con ella la de la estatua de la divinidad.
Nada más sorprendente que la historia de semejante destrucción. Abrigaba el pueblo la
creencia de que en el punto y hora en que una mano sacrilega osara ponerse sobre el
cuerpo sagrado de la divinidad, cielos y tierra saltarían de su asiento: no faltó, sin embargo,
un soldado dotado del valor indispensable para arrimar á la estatua una escalera , y trepar
por ella empuñando una poderosa hacha de armas. La sangre se heló en las venas de los
espectadores y hasta los cristianos no las tenían todas consigo viendo la decisión del
temerario. Éste, en cambio, no bien se halló á conveniente altura asestó un tremendo
hachazo contra el rostro de la estatua que vino al suelo con tremendo estrépito: pero por
más que la muchedumbre abrió los ojos y aguzó el oido, ni vio que cruzara el firmamento
relámpago alguno, ni escuchó retumbar el estampido del trueno, ni conmovió la tierra el
fragor del terremoto, y en cambio el sol continuó brillando tan tranquilo como si tal cosa.
Por todo lo cual, y como el valiente continuara descargando hachazo tras hachazo, á cada
uno de los cuales volaban á pedazos las metálicas planchas, y deshechos en astillas los
miembros de la estatua, precipitáronla al suelo los mismos que ántes temblaban de pavura,
echándole una soga, arrastráronla por las calles con grande algazara, hasta dar con ella
y
en el Anfiteatro, donde la arrojaron á las llamas.
De aquella fábrica suntuosísima nada más queda que rotos fragmentos que yacen
derribados por el suelo, y la célebre columna de Pompeyo que se mantiene erguida en
medio de tanta ruina. Las tumbas y sepulcros de un cementerio árabe cubren hoy el terreno
en que se levantara el magnífico edificio, y los que con duelo en el corazón y palmas en
las manos visitan el lugar donde reposan sus deudos y amigos, comunicándose mútuamente
el pesar que embarga sus corazones, no paran mientes en los ecos que sus suspiros
despiertan, los cuales repiten una vez y otra que todo es perecedero sobre la superficie de la
tierra. La columna de Pompeyo, postrer testigo de la cultura clásica, dibújase aún enhiesta
v solitaria sobre el fondo azul del firmamento: las injurias del tiempo apenas han hecho
mella en las diferentes partes que la constituyen pudiendo decirse que es la única obra de
,
gusto genuinamente griego, cuya grandeza puede competir con los titánicos trabajos de la
época de los faraones, con ser un acabado modelo ; una verdadera obra maestra de
proporción. Labrada en sienita, ó granito rojo de la primera catarata, con el zócalo cuadrado
el capitel corintio medio destruido, ó acaso nunca terminado que forma
sobre que apea y
,
su remate, y que en otro tiempo sirvió de pedestal á una estatua; mide 31’8 metros, debiendo
su nombre no al gran Pompeyo que en virtud de orden dictada por su pupilo Tolomeo fué
sacrificado en las playas egipcias, sino á un prefecto romano del propio nombre, que según