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conciencia de su cuerpo; en los últimos seis meses, mejor dicho, a medida que
                sus curvas se acentuaban y se tornaban más femeninas. Uno de los motivos de
                esa mayor consciencia era el espejo, por supuesto, pero no el principal; el
                principal era que su padre parecía más áspero, en los últimos tiempos; tendía más
                a abofetearla, hasta a pegarle con el puño. Parecía inquieto, casi enjaulado, y ella
                se ponía cada vez más nerviosa cuando lo tenía cerca. Era como si entre los dos
                provocasen, cierto olor, un olor que no existía cuando ella estaba sola en el
                apartamento, un olor que no había existido antes, antes de ese verano. Y cuando
                mamá no estaba todo era peor. Si había un olor, cierto olor, él también debía
                percibirlo, porque Bev lo veía cada vez menos; en parte, porque su grupo jugaba a
                los bolos en el verano; en parte, porque él estaba ayudando a su amigo Joe
                Tammerly a arreglar coches... Pero Beverly sospechaba que también era por ese
                olor, el que provocaban cuando estaban juntos, sin ninguna intención por parte de
                ellos, pero tan inevitable como el sudor en verano.
                   La imagen de los pájaros, cientos y miles de pájaros que descienden hacia los
                tejados, los cables telefónicos, las antenas de televisión, vuelve a interponerse.
                   --Y hiedra venenosa -dice en voz alta.
                   --¿Q-q-qué? -pregunta Bill.
                   --Algo sobre la hiedra venenosa -repite ella, mirándolo-. Pero era eso. Sólo
                parecía hiedra venenosa. ¿Mike...?
                   --No importa -dice Mike-. Ya lo recordarás. Cuéntanos la que recuerdes ahora,
                Bev.
                   "Recuerdo los pantalones cortos, azules -les diría-, y lo desteñidos que estaban;
                cómo me apretaban a la altura del trasero y las caderas. Tenía medio paquete de
                Lucky Strike en un bolsillo y el Bullseye en el otro..."
                   --¿Recuerdas el Bullseye? -pregunta a Richie. Todos asienten.
                   --Me lo dio Bill -prosigue ella-. Yo no quería, pero... él... -Sonríe a Bill
                débilmente-. Al Gran Bill no se le podía decir que no, eso era todo. Así que lo
                tomé. Y por eso estaba sola aquel día. Para practicar. Aún no creía tener valor
                para utilizarlo, llegado el caso. Pero... aquel día lo utilicé. Fue preciso. Maté a uno
                de ellos... a una parte de "Eso". Fue terrible. Aun ahora me cuesta pensar en eso.
                Y uno de los otros me atrapó. Mirad.
                   Levanta el brazo y lo vuelve para que todos puedan ver una cicatriz en el
                antebrazo. Parece producida por un objeto circular y caliente, del tamaño de un
                habano. Al mirarla, Mike Hanlon siente un escalofrío. Es una de las partes de la
                historia que, al igual que el involuntario diálogo íntimo de Eddie con Keene, ha
                sospechado sin tener confirmación.
                   --En cierto aspecto tenías razón, Richie -dice-. Ese Bullseye era un arma
                asesina. Me daba miedo, pero también me gustaba.
                   Richie ríe y le da una palmada en la espalda.
                   --Mierda, siempre lo supe, falda tonta -afirma.
                   --¿Sí? ¿De veras?
                   --Sí, de veras. Me lo decían tus ojos, Bevvie.
                   --Es que parecía un juguete, pero era de verdad. Con aquel tirachinas se podían
                abrir agujeros en las cosas.
                   --Y aquel día abriste un agujero en cierta cosa -musita Ben.
                   Ella asiente.
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