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Las voces y las risas provenían de cierto sitio, detrás de los coches
                abandonados y a la izquierda, en el borde del vertedero. Beverly caminó alrededor
                del último, un Studebaker al que le faltaba el motor. El grito de saludo murió en
                sus labios. La mano que había levantado para agitar pareció marchitarse.
                   Su primer azorado pensamiento fue: "Oh, por Dios, ¿por qué están desnudos?"
                   A eso siguió un medroso reconocimiento. Quedó petrificada frente al
                Studebaker, con la sombra pegada a los talones de sus zapatillas. Por un
                momento quedó totalmente a la vista de los gamberros; si cualquiera de los cuatro
                hubiese levantado la vista desde el círculo que formaban, así en cuclillas, no
                habría dejado de verla: una chica de estatura más que mediana, con un par de
                patines al hombro, boquiabierta, escarlata y sangrando por la rodilla.
                   Antes de volar a ocultarse tras el Studebaker vio que, después de todo, no
                estaban completamente desnudos; tenían puesta la camisa; se habían limitado a
                bajarse los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos como si tuvieran que
                hacer "caquita" (en su espanto, la mente de Beverly había recurrido al diminutivo
                eufemismo que utilizaba cuando apenas era más que un bebé). Pero ¿dónde se
                había visto que cuatro chicos hicieran "caquita" al mismo tiempo?
                   Ya fuera de la vista, su primera idea fue escapar, escapar cuanto antes. El
                corazón le palpitaba con fuerza y sentía los músculos pesados de adrenalina. Miró
                alrededor, fijándose en lo que no le había llamado la atención al llegar, segura de
                que aquellas voces pertenecían a sus amigos. La hilera de coches abandonados,
                a su izquierda, era bastante escasa; los automóviles no estaban puestos flanco
                contra flanco, como estarían una semana antes de que viniese el chatarrero.
                Había estado expuesta a la vista de los chicos varias veces, hasta llegar a donde
                estaba. Si retrocedía, quedaría expuesta otra vez, y entonces podrían verla.
                   Además, sentía una especie de curiosidad vergonzosa: ¿qué diablos estaban
                haciendo?
                   Con cautela, los espió por detrás del Studebaker.
                   Henry y Victor Criss estaban más o menos de cara a ella. Patrick Hockstetter, a
                la izquierda de Henry. Belch Huggins estaba de espaldas a ella. Beverly observó
                que su culo era extremadamente grande y velludo; una risita medio histérica le
                borboteó súbitamente en la garganta, como el gas en un vaso de soda. Tuvo que
                apretarse la boca con ambas manos y desaparecer otra vez detrás del
                Studebaker, luchando por contener la risa.
                   "Tienes que salir de aquí, Beverly. Si te atrapan..."
                   Volvió a mirar por entre los coches abandonados, aún cubriéndose la boca con
                las manos. El espacio libre tenía, tal vez, tres metros de ancho y estaba sembrado
                de latas, trocitos de vidrio y hierba dura. Si llegaba a hacer un solo ruido podían
                oírla... sobre todo si aflojaban la atención en lo que tan concentrados los tenía,
                fuese lo que fuese. Al pensar en lo despreocupada que había sido su caminata
                hasta allí, a la chica se le heló la sangre. Además...
                   ¿Qué cuernos estaban haciendo?
                   Espió otra vez y vio mejor los detalles. A poca distancia había un montón de
                libros y papeles. Eso significaba que acababan de salir de las clases de
                recuperación. Y como Henry y Victor estaban de frente, pudo verles sus "cosas".
                Eran las primeras "cosas" que veía en su vida, descontando las fotografías de un
                librito sucio que Brenda Arrowsmith le había mostrado el año anterior; y en esas
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