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Fue Patrick quien sugirió que fuesen al vertedero donde estarían solos en la
tarde calurosa. Cuando llegaron, las alubias estaban haciendo su efecto.
4.
Poco a poco, Beverly volvió a dominarse. Sabía que era preciso salir de allí; en
todo caso, la retirada era menos peligrosa que estar en las cercanías. Ellos
estaban concentrados en lo que estaban haciendo y, si lo malo llegaba a peor, les
llevaría una buena ventaja. En el fondo de su mente había decidido también que,
si lo peor llegaba a terrible, unos cuantos disparos con el Bullseye podrían
frenarlos.
Estaba a punto de escabullirse cuando Victor dijo:
--Tengo que marcharme, Henry. Mi padre quiere que lo ayude a cosechar maíz.
--Oh, diablos -protestó Henry-. No se va a morir si no vas.
--Es que está furioso conmigo. Por lo del otro día.
--Si no sabe apreciar una broma, que, se joda.
Beverly prestó más atención suponiendo que se referían a la gresca que acabó
con la fractura de Eddie.
--En serio. Tengo que irme.
--Lo que pasa es que le duele el culo -dijo Patrick.
--Vigila esa boca, capullo -protestó Victor-. A ver si te crece.
--Yo también tengo que marcharme -dijo Belch.
--Qué, ¿tu padre también quiere que le ayudes a cosechar maíz? -preguntó
Henry con ceño. Eso, a su modo de ver, debía ser un chiste, porque el padre de
Belch había muerto.
--No, pero tengo trabajo. Reparto el "Weekly Shopper".
--¿Qué coño es eso del "Weekly Shopper"? -preguntó Henry, inquieto además
de enfadado.
--Es un trabajo -explicó Belch-. Con eso gano dinero.
Henry emitió un ruido de disgusto. Beverly se arriesgó a echar otra mirada.
Victor y Belch seguían de pie, abrochándose los pantalones. Henry y Patrick
proseguían en cuclillas con los pantalones caídos. En la mano de Henry
relumbraba el encendedor.
--¿Tú también te has acobardado? -preguntó a Patrick.
--No -aseguró Patrick.
--¿No tienes que cosechar maíz ni repartir basura?
--No.
--Bueno -dijo Belch, vacilando-, hasta luego, Henry.
--Seguro -dijo Henry y escupió junto a los zapatos de Belch.
Vic y Belch echaron a andar hacia las dos hileras de coches abandonados...
hacia el Studebaker tras el cual se agazapaba Beverly. Al principio, ella se limitó a
acurrucarse, petrificada de terror, como un conejo. Después se deslizó por el lado
izquierdo y retrocedió hacia el coche siguiente, un maltratado Ford que no tenía
portezuelas. Por un momento se detuvo y miró a ambos lados, oyendo cómo se
aproximaban los chicos. Vaciló, con la boca reseca y la espalda ardiéndole de
sudor; una parte de su mente se preguntaba cómo quedaría con un yeso como el