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--Fue a Patrick a quien...
                   --¡No, por Dios! -exclama ella-. Fue al otro. Esperad. -Apaga su cigarrillo, bebe
                un sorbo y logra sosegarse un poco-. Yo había estado patinando. Me caí y me di
                un buen golpe. Entonces decidí bajar a Los Barrens para practicar. Primero fui al
                club, para ver si estabais allí. No había nadie. Sólo aquel olor a humo. ¿Recordáis
                lo que tardamos en sacar el olor?
                   Todos asienten, sonriendo.
                   --Nunca logramos sacarlo del todo -dice Ben.
                   --Luego eché a andar hacia el vertedero -prosigue ella-, porque allí era donde
                hacíamos las pruebas. Allí había muchas cosas para probar puntería. Hasta ratas.
                -Hace una pausa. Su frente se ha cubierto de una fina película de sudor-. En
                realidad yo quería tirar contra las ratas -dice, por fin-. Contra algo vivo. Contra las
                gaviotas, no; sabía que no podría matar a una gaviota. Pero una rata... Quería
                intentarlo.
                   "Me alegro de haber ido desde Kansas y no desde Old Cape, porque allí, en el
                terraplén del ferrocarril, no había dónde esconderse. Me habrían visto enseguida y
                sólo Dios sabe lo que habría pasado.
                   --¿Qui-qui-quiénes te habrían visto?
                   --Ellos. Henry Bowers, Victor Criss, Belch Huggins y Patrick Hockstetter.
                Estaban en el vertedero y...
                   De pronto los sorprende a todos con una risa de niña; sus mejillas enrojecen.
                Ríe hasta que los ojos se le llenan de lágrimas.
                   --Vamos, Bev -dice Richie-. Venga, cuéntanos el chiste.
                   --Oh, era un chiste, sí -reconoce ella-. Era un chiste, pero creo que me habrían
                matado si me hubiesen visto.
                   --¡Ahora me acuerdo! -exclama Ben, y él también se echa a reír-. Recuerdo que
                nos lo contaste.
                   Beverly, riendo, dice:
                   --Se habían bajado los pantalones y estaban tirándose pedos.
                   Hay un instante de silencio. Luego todos sueltan carcajadas. El sonido retumba
                en la biblioteca.
                   Mientras piensa cómo contarles la muerte de Patrick Hockstetter, lo primero que
                recuerda es el aspecto del vertedero cuando uno llegaba por Kansas Street; era
                como entrar en un extraño cinturón de asteroides. Había un camino de tierra, con
                huellas profundas (en realidad, era una carretera de la ciudad que hasta tenía
                nombre: Old Lyme), que iba desde Kansas hasta el vertedero, la única calle que
                llegaba a Los Barrens; la utilizaban los camiones recolectores de residuos. Beverly
                caminó cerca de Old Lyme, porque se había vuelto más cautelosa (como todos
                ellos, probablemente) desde la fractura sufrida por Eddie. Sobre todo, cuando
                estaba sola.
                   Avanzó por entre densas matas, esquivando un matorral de hiedra venenosa,
                cubierto de hojas aceitosas y rojizas, oliendo la podredumbre ahumada del
                vertedero, oyendo las gaviotas. A su izquierda, por ocasionales aperturas en el
                follaje, se veía Old Lyme.
                   Los otros la miran, esperando. Ella hurga en su paquete de cigarrillos y lo
                encuentra vacío. Richie le pasa uno de los suyos.
                   Ella lo enciende, mira alrededor y dice:
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