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"¿"Qué hace"?", se preguntó Beverly, horrorizada.
                   No lo sabía, pero le dio miedo. No había tenido tanto miedo desde que su lavabo
                había vomitado sangre salpicándolo todo. Una parte de ella le decía que, si ellos
                descubrían que los había visto hacer eso, no se limitarían a hacerle daño; tal vez
                la matarían.
                   Aun así, no podía apartar la vista.
                   Vio que la cosa de Patrick se había puesto más larga, pero no mucho; aún le
                colgaba entre las piernas como una serpiente sin espinazo. La de Henry, en
                cambio, había crecido de un modo asombros. Se levantaba, tiesa y dura, casi
                hasta tocarle el ombligo. La mano de Patrick subía y bajaba, subía y bajaba,
                deteniéndose a veces para estrujar o para hacer cosquillas en el saco extraño y
                pesado que Henry tenía debajo de su cosa.
                   "Son los huevos -pensó Beverly-. ¿Los chicos tienen que andar siempre con
                eso? Por Dios, yo me volvería loca. -Otra parte de su mente susurró-: Bill también
                tiene." Y su cerebro, por cuenta propia, se imaginó sosteniéndolos en la mano
                ahuecada, probando su textura... Esa sensación quemante volvió a recorrerla
                encendiendo un furioso rubor.
                   Henry miraba la mano de Patrick como si estuviese hipnotizado. A su lado
                estaba el encendedor, reflejando el sol.
                   --¿Quieres que me la meta en la boca? -preguntó Patrick. Sus grandes labios de
                hígado sonrieron, complacientes.
                   --¿Eh? -preguntó Henry, como arrancado de un profundo sueño.
                   --Que si quieres me la meta en la boca. A mí no me imp...
                   La mano de Henry salió disparada y Patrick cayó despatarrado; su cabeza dio
                un golpe seco contra la grava. Beverly volvió al suelo del coche, con el corazón
                acelerado en el pecho apretando los dientes para contener un gemido. Henry,
                después de tirar a Patrick, se había vuelto. Por un momento, antes de que ella
                bajase la cabeza para convertirse en un ovillo, le pareció que Henry la había visto.
                   "Dios mío, que no me haya visto -rogó-. Dios mío, perdóname por haber
                espiado. Por favor, Dios mío..."
                   La blusa blanca se le pegaba al cuerpo, por el sudor. En los brazos tostados le
                brillaban gotitas como perlas. La vejiga le latía dolorosamente. Muy pronto se
                mojaría los pantalones. Esperó que la cara furiosa y demente de Henry apareciese
                en la abertura donde habría debido estar la portezuela. Tenía que ocurrir. Era
                imposible que él no la hubiese visto. La sacaría de allí y le...
                   Se le ocurrió una idea nueva, aún más terrible. Una vez más tuvo que luchar
                para no orinarse encima. ¿Y si él quería hacerle algo con su "cosa"? ¿Y si quería
                que ella la pusiera en alguna parte suya? Ella sabía, claro, dónde había que
                ponerla, como si el conocimiento le hubiera surgido repentinamente en la mente.
                Pensó que, si Henry trataba de poner su cosa allí, se volvería loca.
                   "No, por favor, que no me haya visto, por favor."
                   En ese momento le llegó la voz de Henry, aumentando su horror porque sonaba
                mucho más cerca.
                   --No me gustan esas cosas de maricas.
                   Desde más lejos, la voz de Patrick:
                   --Sí que te gustó.
                   --¡No me gustó! -gritó Henry-. ¡Y si le dices a alguien que me gustó, te mato!
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