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--Te amo -repuso ella.
                   Él asintió, sonriendo. La sonrisa le daba aspecto muy joven, con calva o sin ella.
                   --Yo también te amo -dijo-. Y eso es lo único que cuenta.



                   8.

                   Despierta de ese sueño sin poder recordar exactamente qué era. No recuerda
                nada, salvo el simple hecho de haber soñado que era niño otra vez. Toca la suave
                espalda de su mujer, que duerme a su lado y sueña sus propios sueños. Piensa
                que es bueno ser niño, pero que también es bueno ser adulto y poder analizar el
                misterio de la infancia... sus convicciones y sus deseos. "Algún día escribiré sobre
                todo eso", piensa, pero sabe que es sólo un pensamiento de amanecer, un
                pensamiento posterior al sueño. No obstante, es bonito pensarlo por un rato, en el
                límpido silencio de la mañana: pensar que la infancia tiene sus propios secretos
                dulces y que confirma la mortalidad y que la mortalidad define todo el valor y el
                amor. Pensar que lo que has mirado adelante también tienes que mirarlo atrás y
                que cada vida hace su propia limitación de la inmortalidad: una rueda.
                   Al menos, eso es lo que Bill Denbrough piensa a veces, en esas horas
                tempranas de la mañana, después de soñar, cuando casi recuerda su infancia y a
                los amigos con quienes la compartió.


                   FIN
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