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Los naipes, que hasta entonces habían estado disparando tiros aislados,
empezaron a acelerar su click-clock. Eran naipes nuevos y sonaban con estrépito.
Bill sintió el primer toque de la brisa en su calva y sonrió con entusiasmo. "Esta
brisa la provoco yo -pensó-. La provoco accionando estos malditos pedales."
Se acercaba a la señal de "Stop" del extremo de la calle. Bill empezó a frenar... y
de pronto (con una sonrisa de oreja a oreja) volvió a pedalear con fuerza.
Saltándose el "Stop", Bill Denbrough giró a la izquierda enfilando Upper Main por
encima del parque Bassey. Una vez más, el peso de Audra le hizo calcular mal y
estuvieron a punto de estrellarse. La bicicleta se tambaleó, pero volvió a recuperar
la vertical. La brisa era más potente y le refrescaba el sudor de la frente,
resonando en sus oídos con un ruido embriagador, parecido al del océano que se
oye dentro de las conchas marinas, aunque en realidad no se parecía a nada de
este mundo. Tal vez era un ruido con el que el chico del patinete estaba
familiarizado. "Pero perderás contacto con él, chico -pensó-. Las cosas cambian.
Es un truco sucio para el que debes prepararte."
Pedaleando con más potencia, encontró un equilibrio más seguro en la
velocidad. Vio las ruinas de Paul Bunyan, como un coloso caído. Bill gritó:
--Haí-oh, "Silver", ¡"Arreeeee"!
Las manos de Audra ciñeron su cintura. Bill pedaleó más rápido, riendo a todo
pulmón. Cuando pasó por el parque Bassey, la gente se volvió para mirarlo.
Upper Main empezaba a inclinarse hacia el centro de la ciudad en un ángulo
más pronunciado. Una voz interior le susurró que, si no frenaba, pronto le sería
imposible hacerlo: se precipitaría hacia los socavados escombros de la triple
intersección como un murciélago salido del infierno y ambos se matarían.
Pero en vez de frenar, pedaleó con más fuerza. Ya volaba por la cuesta de Main
Street, ya divisaba las barreras blancas y naranja, las calderas con sus
fantasmagóricas llamas marcando el borde del socavón, ya vela los restos de los
edificios que brotaban de las calles como imaginados por un loco.
--Haí-oh, "Silver", ¡"Arreeeee"! -gritó Bill Denbrough, delirante.
Y se precipitó colina abajo, captando por última vez que Derry era su ciudad,
consciente, sobre todo, de "estar vivo bajo un cielo de verdad", y de que todo era
"deseo".
Montado en "Silver", descendió por la colina como alma que lleva el diablo.
6.
marchándote.
Así que te vas y hay un impulso de mirar atrás, de mirar atrás sólo una vez
mientras se extingue el crepúsculo para ver ese severo horizonte de Nueva
Inglaterra por última vez. Las cúpulas, la torre-depósito, Paul Bunyan con su
hacha al hombro. Pero tal vez no sea buena idea mirar atrás, así lo dicen todas las
leyendas. Recuerda a la mujer de Lot. Es mejor no mirar atrás. Es mejor creer que
habrá finales felices en todas partes. Y bien puede ser así. ¿Quién puede decir
que no existen los finales felices? No todos los barcos que se pierden en la
oscuridad desaparecen para siempre; si algo enseña la vida, al fin de cuentas, es