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Y vuelve a ver todos esos lugares, intactos, tal como eran entonces: la gran
fortaleza de la escuela municipal, el Puente de los Besos con su compleja talla de
iniciales pintarrajeadas, novios de la secundaria, dispuestos a comerse él mundo
con su pasión, que al crecer se habían convertido en agentes de seguros,
vendedores de coches, camareras y esteticiens. Ve la estatua de Paul Bunyan
contra el cielo sangrante del ocaso y la cerca blanca, medio inclinada, que corre a
lo largo de Kansas Street, en la acera que linda con Los Barrens. Ve Los Barrens
tal como eran, tal como serán siempre en alguna parte de su mente... y el corazón
le da un vuelco de amor y espanto.
"Me voy, me voy de Derry -piensa-. Nos vamos de Derry, si todo esto fuera un
relato, éstas serían las últimas cinco o seis páginas. El sol se pone y no se oye
más ruido que mis pasos y el agua en las alcantarillas. Es la hora de..."
5.
"Dólares por teléfono" había dado paso a "La rueda de la fortuna". Audra,
pasivamente sentada frente al televisor, no apartaba los ojos del aparato. Bill lo
apagó sin que la expresión de su mujer se alterara.
--Audra -dijo acercándose a ella para cogerla de la mano-, vamos.
Ella no se movió. Su mano permanecía en la de él como cera caliente. Bill le
tomó la otra mano y tiró de ella para ponerla de pie.
Esa mañana la había vestido de un modo muy similar al suyo: con vaqueros y
una camiseta azul; habría estado preciosa, de no ser por aquella mirada vacua, de
ojos dilatados.
--V-v-vamos -dijo él otra vez.
La condujo por la cocina de Mike hasta la puerta. Ella le seguía sin resistencia,
pero habría caído en el peldaño del porche trasero, si Bill no le hubiese rodeado la
cintura con un brazo para guiarla.
La llevó hasta donde estaba "Silver", erguida sobre su soporte bajo la luz
brillante del mediodía. Audra se detuvo junto a la bicicleta y miró serenamente la
pared de la cochera.
--Sube, Audra.
Ella no se movió. Con paciencia, Bill se ocupó de hacerle pasar una larga pierna
sobre el cestillo montado sobre el guardabarros trasero. Por fin quedó así, a
horcajadas sobre el cestillo, sin tocarlo. Bill presionó suavemente su coronilla y
ella se sentó.
Subió al asiento y retiró el soporte con el talón. Estaba a punto de buscar, hacia
atrás, los brazos de Audra, para echárselos a la cintura, pero antes de que pudiera
hacerlo sintió que sus manos lo rodeaban por propia voluntad, como pequeños
ratones aturdidos.
Se quedó mirando aquellos dedos con el corazón acelerado: parecía latirle en la
garganta. Era el primer movimiento que Audra había hecho en toda la semana; el
primero desde que "Eso" ocurrió, fuera lo que fuese.
--¿Audra?
No hubo respuesta.