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--¡Haí-oh, "Silver"!, ¡"Arreeeee"! -gritó Bill, dirigiendo a "Silver" contra la valla que
                sobresalía en ángulo recto desde la vidriera vacía de Cash-. --¡"Haí-oh, %Silver%!,
                ¡Arreeeee"!
                   "Silver" dio contra la barrerá a más de sesenta kilómetros por hora y la hizo
                volar: la tabla en una dirección, los dos soportes en otra. Audra dio un grito y se
                apretó contra Bill con tanta fuerza que lo dejó sin aliento. Por las calles Main,
                Kansas y Canal, la gente se había detenido a mirar en los portales y aceras.
                   "Silver" salió disparada por el puente de la acera socavada. Bill sintió que su
                cadera y su rodilla izquierda raspaban la pared de la joyería. La rueda de "Silver"
                se hundió de pronto, haciéndole comprender que la acera se derrumbaba tras
                ellos...
                   ...y entonces la bicicleta los llevó otra vez a terreno sólido. Bill giró para esquivar
                un cubo de la basura volcado y volvió a salir a la calle. Se oyó un chirriar de
                frenos. Vio el morro de un pesado camión que se acercaba pero aun así no pudo
                dejar de reír. Cruzó el espacio que el pesado vehículo ocuparía sólo un segundo
                después. ¡Joder, había tiempo de sobra!
                   Aullando, con los ojos vertiendo lágrimas, Bill hizo sonar la bocina, oyendo
                aquellos roncos bramidos que ardían como brasa en la luz del día.
                   --¡Bill! ¡Nos vamos a matar! -gritó Audra. Había terror en su voz, pero también
                diversión.
                   Bill siguió pedaleando. Audra se inclinaba con él facilitándole el equilibrio,
                ayudando a que los dos existieran con la bicicleta, al menos por ese momento
                breve y compacto, como tres seres vivos.
                   --¿Te parece? -gritó él.
                   --¡Estoy segura! -Y entonces ella cerró la mano sobre su entrepierna, donde
                había una ardiente y alegre erección-. ¡Pero no pares!
                   De cualquier modo, la decisión no estaba en manos de Bill. La velocidad de
                "Silver" estaba aumentando en Up-Mile Hill; el cerrado tableteo de los naipes
                volvía a reducirse a simples disparos. Bill se detuvo y se volvió hacia ella. Estaba
                pálida, asustada y confusa, pero despierta, despierta y riendo.
                   --Audra -dijo él, riendo con ella.
                   La ayudó a bajar de "Silver". Apoyó la bicicleta contra un muro de ladrillo y
                abrazó a su mujer. Le besó la frente, los ojos, las mejillas, la boca, el cuello, los
                pechos.
                   Ella lo estrechaba.
                   --¿Qué ha pasado, Bill? Recuerdo haber bajado del avión en Bangor. A partir de
                entonces no recuerdo absolutamente nada. ¿Estás bien?
                   --Sí.
                   --¿Y yo?
                   --También... Ahora.
                   Ella se apartó para mirarlo.
                   --Bill, ¿todavía tartamudeas?
                   --No -dijo Bill y la besó-. Mi tartamudez ha desaparecido.
                   --¿Para siempre?
                   --Sí. Creo que esta vez es para siempre.
                   --¿Dijiste algo sobre rock and roll?
                   --No lo sé. ¿Dije algo?
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