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mecedora de Mike, con el pelo colgándole sin gracia sobre los hombros. Miraba
                arrobada el televisor, que en esos momentos emitía "Dólares por teléfono", un
                programa de entretenimiento. No hablaba y sólo se movía cuando uno la guiaba.
                   "Esto es diferente. Eres demasiado viejo, tío, convéncete."
                   "No."
                   "Entonces morirás aquí, en Derry. Muy loable."
                   Se puso calcetines de deporte, el único par de vaqueros que había comprado y
                la camiseta comprada en Bangor el día anterior de color naranja intenso, con la
                leyenda "¿"Dónde diablos cae Derry, Maine"?". Se sentó en el borde de la cama
                de Mike, la que había compartido durante una semana con su mujer, un cadáver
                caliente, y se calzó las zapatillas, compradas también en Bangor.
                   Al levantarse volvió a mirarse en el espejo. Lo que vio fue un hombre de edad
                madura vestido con ropas de chico.
                   "Estás ridículo."
                   "Como todos los chicos."
                   "Pero tú no eres un chico. ¡Renuncia a esto!"
                   --Déjame en paz -dijo Bill, suavemente-. Vamos bailar un poco el rock and roll.
                   Y salió de la habitación.



                   2.


                   En los sueños que tendrá en años posteriores, siempre se verá a sí mismo
                abandonando Derry a solas, en el crepúsculo. La ciudad está desierta, todos se
                han ido. El Seminario Teológico y sus casas victorianas de Broadway Oeste se
                yerguen, oscuras y lúgubres, contra un cielo sombrío: todos los crepúsculos
                estivales que uno haya visto, resumidos en uno solo.
                   Oye el eco de sus pasos que resuenan en el cemento. Aparte de ése, el único
                sonido es el del agua que corre huecamente por las alcantarillas.




                   3.

                   Sacó a "Silver" del garaje después de verificar otra vez las ruedas. La delantera
                estaba bien, pero la de atrás parecía un poco deshinchada. Sacó el inflador
                comprado por Mike y le dio más presión. Después comprobó los naipes y los
                alfileres. Las ruedas de la bicicleta aún hacían esos excitantes ruidos de
                ametralladora que Bill recordaba bien. Perfecto.
                   "Te has vuelto loco."
                   "Tal vez. Ya veremos."
                   Volvió al garaje de Mike, buscó el 3-5n-1 y aceitó la cadena y su rueda dentada.
                Después se incorporó para echar un vistazo a "Silver". Dio un ligero apretón al
                bulbo de la bocina. Sonaba bien. Hizo un gesto de asentimiento y volvió a la casa.




                   4.
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