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Hubo un silencio, un largo silencio. Vagamente oí la voz de una mujer que
hablaba en Omaha... o tal vez en Ruthven (Arizona) o en Flint (Michigan). La oí
agradecer a alguien las pastitas que había enviado, tan débilmente como a un
viajero espacial que abandonara el sistema solar en el morro de un cohete
agotado.
Por fin Richie dijo, inseguro:
--Me parece que Underwood, pero ese apellido no es judío, claro.
--Era Uris.
--¡Uris! exclamó Richie, a un tiempo aliviado y sorprendido-. No sabes cómo odio
tener algo en la punta de la lengua y no poder sacarlo. En cuanto alguien inicia
ese tipo de juegos de salón, me excuso y vuelvo a casa. Pero tú te acuerdas,
Mikey. Igual que antes.
--No. He tenido que buscarlo en mi agenda.
Otro largo silencio. Después:
--¿Tú tampoco te acordabas?
--No.
--¿Bromeas?
--En absoluto.
--Entonces esta vez se acabó de verdad -dijo, y su voz denotó un gran alivio.
--Sí, creo que sí.
Volvió a hacerse ese silencio de larga distancia, el de todos los kilómetros que
separan Maine de California. Creo que los dos estábamos pensando lo mismo:
todo había terminado, sí, y en seis semanas o en seis meses cada uno de
nosotros habría olvidado completamente a los demás. Se había acabado pero al
precio de nuestra amistad y las vidas de Stan y Eddie. Casi los he olvidado. Por
horrible que parezca, casi he olvidado a Stan y Eddie. ¿Era asma lo que tenía
Eddie o migraña crónica? Que me aspen si lo recuerdo con seguridad, pero creo
que era migraña; se lo preguntaré a Bill.
--Bien, da recuerdos a Bill y a su bonita mujer dijo Richie.
--De tu parte, Richie. -Cerré los ojos y me froté la frente. Él recordaba que la
esposa de Bill estaba en Derry... pero no cómo se llamaba ni lo que le había
ocurrido.
--Si alguna vez vienes a Los Angeles, tienes mi número. Podemos salir a comer.
--Por supuesto. -Sentí que las lágrimas me quemaban los ojos-. Si tú vienes por
aquí, lo mismo.
--¿Mikey?
--¿Sí?
--Un abrazo.
--Lo mismo digo.,
--Bueno. Sujétalo por el rabo.
--Bip-bip, Richie.
Rió.
--Sí, sí, sí. Piérdetelo en la oreja, Mike. Vaya, vaya, en la oreja, chaval.
Colgó y yo hice otro tanto. Después me apoyé en las almohadas con los ojos
cerrados, y no los abrí durante largo rato.