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7 de junio de 1985.
El comisario Andrew Rademacher, quien sustituyo en el puesto a Borton a fines
de los años sesenta, ha muerto. Fue un accidente extraño que no puedo dejar de
asociar con lo que ha estado ocurriendo en Derry... con lo, que acaba de terminar
en Derry.
El edificio que alberga el departamento de policía y los tribunales se levanta en
el límite de la zona que cayó dentro del canal; aunque el edificio no se derrumbó,
la conmoción (o la inundación) podía haber causado daños estructurales de los
que nadie se percató.
Anoche, según dice el periódico, Rademacher permaneció trabajando en su
despacho fuera de hora, tal como lo había hecho todas las noches desde la
tormenta y la inundación. El despacho del comisario había sido trasladado desde
el segundo al cuarto piso, debajo de una buhardilla donde se guarda todo tipo de
registros y artefactos inútiles. Uno de esos artefactos era la silla para vagabundos
que he descrito anteriormente en estas páginas. El edificio acumuló una buena
cantidad de agua durante el diluvio del 31 de mayo y eso sin duda debilitó el suelo
del desván (al menos eso dice el periódico). Fuese cual fuese la causa, la silla
para vagabundos, que pesa cerca de 180 kilos, cayó directamente desde el
desván sobre el comisario, que estaba sentado en su escritorio leyendo unos
informes. Murió instantáneamente. El oficial Bruce Andeen acudió
precipitadamente y lo encontró tendido entre los escombros, todavía con la
estilográfica en la mano.
Volví a telefonear a Bill. Audra empezaba a comer algunos alimentos sólidos,
según me dijo. Por lo demás, no había cambios. Le pregunté si lo de Eddie había
sido asma o migraña.
--Asma -dijo, sin vacilar-. ¿No te acuerdas de su inhalador?
--Claro -respondí, recordándolo. Pero sólo porque Bill lo había mencionado.
--¿Mike?
--¿Sí?
--¿Qué apellido tenía?
Miré mi libreta de direcciones que estaba en la mesita de noche, pero no la cogí.
--La verdad, no me acuerdo.
--Era algo como Keikorian -dijo Bill; parecía preocupado-, pero no exactamente.
Lo tienes todo anotado, ¿verdad?
--Sí -dije.
--Gracias a Dios.
--¿Tienes alguna idea con respecto a lo de Audra?
--Una -contestó él-, pero es tan descabellada que prefiero no hablar de eso.
--¿Seguro?
--Sí.
--De acuerdo.
--Mike, da miedo, ¿verdad? Me refiero al hecho de olvidarse poco a poco.
--Sí -reconocí.
8 de junio de 1985.