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--Tal vez. -Miró por la ventana, jugueteando con la gaseosa entre las manos.
Casi con seguridad pensaba en su mujer, tan silenciosa, bella y... "catatónica". Un
muro infranqueable. Suspiró-. Tal vez, si.
--¿Y Ben? ¿Y Beverly?
Volvió a sonreír.
--Ben la ha invitado a su casa de Nebraska y ella aceptó ir, al menos por una
temporada. ¿Sabes lo de su amiga, la de Chicago?
Asentí. Beverly se lo había contado a Ben y Ben me lo dijo ayer. Para expresar
las cosas de un modo grotescamente discreto, la posterior descripción que Beverly
hizo de Tom, su maravilloso marido, era mucho más verídica que la original. El
maravilloso Tom mantuvo a Bev bajo un sometimiento emotivo, espiritual y a
veces físico a lo largo de los últimos cuatro años. El maravilloso Tom llegó hasta
Derry tras arrancar el dato a golpes a la única amiga íntima de Bev.
--Ella me dijo que piensa viajar a Chicago dentro de dos semanas para
denunciar la desaparición de Tom.
--Una medida inteligente -dijo-. Allá abajo nadie podrá encontrarlo.
"Ni tampoco a Eddie", pensé, aunque no lo dije.
--Supongo que no -reconoció Bill-. Y apuesto a que, cuando vuelva a Chicago,
Ben irá con ella. ¿Sabes una cosa? ¿Algo realmente descabellado?
--¿Qué?
--Me parece que no recuerda cómo acabó Tom.
Lo miré fijamente, en silencio.
--Ha empezado a olvidar -explicó Bill-. Y yo ya no recuerdo cómo era la puerta
de la madriguera. Cuando trato de imaginarla me aparece una imagen de cabras
caminando por un puente. Como en el cuento de los tres cabritos. Descabellado,
¿no?
--Tarde o temprano, la policía seguirá la pista de Tom Rogan hasta Derry -dije-.
Tiene que haber dejado un rastro de papeles más ancho que una carretera.
Coches de alquiler, billetes de avión...
--No estoy muy seguro -dijo Bill, encendiendo un cigarrillo-. Bien pudo haber
pagado el pasaje en efectivo, dando un nombre falso. Probablemente compró un
coche barato al llegar aquí o robó alguno.
--¿Por qué?
--Oh, vamos -dijo Bill-, no pensarás que hizo todo el viaje sólo para dar unos
azotes a su mujer.
Nuestras miradas se cruzaron por un largo momento. Por fin, él se levantó.
--Oye, Mike...
--Tengo que irme -me adelanté-. Entiendo.
Él rió con ganas y después dijo:
--Gracias por prestarme tu casa, Mikey.
--No te voy a asegurar que sirva de algo. Que yo sepa, no tiene virtudes
terapéuticas.,
--Bueno, hasta pronto. -Y entonces hizo algo extraño pero encantador: me dio un
beso en la mejilla-. Que Dios te bendiga, Mike. Si me necesitas, llama.
--Tal vez todo salga bien, Bill -le dije-. No pierdas la esperanza. Tal vez todo
salga bien.