Page 774 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 774

--Sensata idea, por cierto.
                   Empezaron a subir lentamente la cuesta en hilera.
                   --Se a-a-a-acabó -dijo Bill.
                   Ben asintió.
                   --Lo hicimos. Tú lo hiciste, Gran Bill.
                   --Lo hicimos todos -corrigió Beverly-. Siento que no hayamos podido subir a
                Eddie. Eso es lo que más lamento.
                   Llegaron a la esquina de las calles Upper Main y Point. Un chico de
                impermeable rojo y botas verdes hacía navegar un barco de papel por la fuerte
                corriente de la alcantarilla. Levantó la vista y, al ver que lo observaban, saludó con
                la mano. A Bill le pareció que era el niño del patinete cuyo amigo había visto al
                tiburón de la película en el canal. Sonriendo se acercó a él.
                   --Ahora t-t-todo está b-bien.
                   El chico lo estudió con aire grave. Luego sonrió. Era una sonrisa llena de vida y
                esperanza.
                   --Creo que sí -dijo el niño.
                   --Puedes apostar el tr-rasero.
                   El niño se echó a reír.
                   --¿V-v-vas a tener cuidado con ese pat-tinete?
                   --Qué va -dijo el chico.
                   Y esa vez fue Bill quien rió conteniendo el impulso de revolverle el pelo. Eso,
                probablemente, le habría provocado cierto recelo al chico. Por fin se reunió con los
                otros.
                   --¿Quién era? -preguntó Richie.
                   --Un amigo. -Bill metió las manos en los bolsillos-. ¿Os acordáis del momento en
                que salimos, la primera vez?
                   Beverly asintió.
                   --Eddie nos llevó a Los Barrens. Sólo que, de algún modo, salimos por el otro
                lado del Kenduskeag. Por el lado de Old Cape.
                   --Tú y Ben levantasteis la tapa de una cloaca -dijo Richie a Bill-, porque erais los
                más fuertes.
                   --Sí -dijo Ben-. Así fue. Aún había sol, pero estaba muy bajo.
                   --Sí -confirmó Bill-. Y allí estábamos todos.
                   --Pero nada es eterno -suspiró Richie, mirando hacia atrás, hacia la cuesta que
                acababan de ascender-. Fijaos en esto, por ejemplo.
                   Y les enseñó las palmas. Las diminutas cicatrices habían desaparecido. Beverly
                lo imitó. Ben hizo lo mismo. Bill agregó las suyas. Todas estaban sucias, pero sin
                marcas.
                   --Nada es eterno -repitió Richie.
                   Miró a Bill y éste vio que las lágrimas arrastraban lentamente la mugre de sus
                mejillas.
                   --Salvo, quizá, el amor -apuntó Ben.
                   --Y el deseo -agregó Beverly.
                   --¿Y qué me decís de los amigos? -sugirió Bill, sonriendo-. ¿Qué te parece,
                Bocazas?
                   --Bueno... -Richie, sonriendo, se frotó los ojos-, tendré que meditarlo, chaval.
                Vaya, vaya, tendré que meditarlo.
   769   770   771   772   773   774   775   776   777   778   779