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libélula iridiscente se aleja zumbando hacía los juncos de la otra orilla, como un
                diminuto arco iris volador. Una rana inicia un rítmico batir de tambores y, mientras
                Stan le toma la pata izquierda y arrastra el borde del vidrio por su palma,
                perforando la piel para arrancarle un poco de sangre, él piensa, en una especie de
                éxtasis: "¡Cuánta vida hay aquí abajo!"
                   --¿Bill?
                   --Sí, claro. Las dos.
                   Stan le corta la otra pata. Duele un poco, pero no mucho. Un chotacabras ha
                empezado a cantar en alguna parte; es un sonido fresco, apacible. Bill piensa:
                "Ese chotacabras está despertando a la luna."
                   Se mira las manos, ambas sangrantes, y recorre a los otros con la vista. Allí
                están todos: Eddie, con el inhalador en una mano; Ben, con la barriga abriéndose
                paso pálidamente entre los jirones de la camisa; Richie, con la cara extrañamente
                desnuda al no llevar gafas; Mike, silencioso y solemne, con los labios gruesos tan
                apretados que forman una línea fina. Y Beverly, con la cabeza en alto, los ojos
                grandes y límpidos, el cabello todavía adorable, a pesar del polvo que lo
                apelmaza.
                   "Todos nosotros. Todos nosotros estamos aquí."
                   Y los mira, los mira de verdad, por última vez, porque de algún modo comprende
                que jamás volverán a estar juntos los siete, al menos no de ese modo. Nadie
                habla. Beverly extiende las manos; después de un momento, Richie y Ben hacen
                lo mismo. Mike y Eddie los imitan. Stan hace los cortes, uno a uno, mientras el sol
                empieza a deslizarse detrás del horizonte enfriando ese fulgor de caldera que se
                convierte en una rosa crepuscular. El chotacabras vuelve a gorjear. Bill distingue
                las primeras volutas de niebla en el agua y tiene la sensación de estar formando
                parte de todo; es un breve éxtasis que no contará a nadie, así como Beverly, años
                más tarde, callará lo del momentáneo reflejo visto en un vidrio con la imagen de
                dos muertos que, de niños, habían sido sus amigos.
                   Una brisa toca los árboles y los arbustos haciéndolos suspirar y Bill piensa: "Este
                lugar es encantador y jamás lo olvidaré. Y ellos también son encantadores." El
                chotacabras llama otra, vez; por un momento, el chico se siente uno con él, como
                si él también pudiera cantar y desaparecer en el crepúsculo, como si pudiera
                alejarse volando.
                   Mira a Beverly, que le está sonriendo. Ella cierra los ojos y tiene las manos a
                ambos lados. Bill le toma la izquierda; Ben, la derecha. Bill siente el calor de esa
                sangre que se mezcla con la suya. Los otros van formando el círculo con las
                manos selladas de esa manera tan peculiar e íntima.
                   Stan mira a Bill con una especie de apremio, de miedo.
                   -J-J-juradme q-q-ue vo-volveréis -dice Bill-. Juradme que si "E-EEso" no ha m-m-
                muerto, vosotros v-vvolveréis.
                   --Lo Juro -dice Ben.
                   --Lo juro. -Richie.
                   --Sí, juro. -Bev.
                   --Lo juro -murmura Mike Hanlon.
                   --Sí. Juro -musita Eddie con voz débil.
                   --Yo también juro -susurra Stan, pero le falla la voz y baja la vista al hablar.
                   --L-l-lo ju-juro.
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