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Bill tendió las manos y todos las entrelazaron. Así permanecieron por un
momento; de los siete sólo quedaban cuatro, pero aún podían formar un círculo.
Se miraron. También Ben estaba llorando, pero sonreía.
Os quiero mucho -dijo. Estrechó con fuerza las manos de Bev y de Richie por un
momento-. Y ahora veamos si en esta ciudad sirven algo que se parezca a un
desayuno. Además, tendríamos que llamar para contárselo a Mike.
--¡Bien pensado, señorrr! -reconoció Richie-. De vez en cuando hasta podemos
sacar algo bueno de ti. ¿Qué te parece, Gran Bill?
--Creo que podrías dejar de fastidiar -dijo Bill.
Entraron en el Town House. En el momento en que Bill empujaba la puerta de
vidrio, Beverly distinguió algo que jamás mencionaría, aunque nunca lo olvidaría:
por un momento vio las imágenes de todos reflejadas en el cristal... sólo que eran
seis y no cuatro, porque Eddie estaba detrás de Richie y Stan detrás de Bill, con
su leve sonrisa en la cara.
9. La salida: anochecer del 10 de agosto de 1958.
El sol se pone limpiamente en el horizonte, bola roja ligeramente achatada que
arroja una luz plana y febril sobre Los Barrens. La tapa de cloaca colocada sobre
una estación de bombeo se eleva unos centímetros, vuelve a asentarse, se
levanta otra vez y empieza a resbalar.,
--E-e-empuja, B-Ben. Me está r-rrompiendo el ho-ombro.
La tapa se desliza un poco más, se inclina y cae en la maleza que ha crecido
alrededor del cilindro de hormigón. Siete niños salen de allí, uno a uno, y miran
alrededor, parpadeando como búhos, en silencioso asombro. Parecen niños que
nunca hubieran visto la luz del sol.
--Qué silencio hay -comenta Beverly quedamente.
Los únicos sonidos son el fuerte rugir del agua y el zumbar soñoliento de los
insectos. La tormenta ha pasado, pero el Kenduskeag aún está muy alto. Más
cerca de la ciudad, no lejos del sitio donde el río, con un corsé de hormigón, recibe
el nombre de canal, ha desbordado sus riberas, aunque la inundación no es grave,
apenas unos cuantos sótanos mojados.
Stan se aleja de ellos con cara inexpresiva y meditabunda. Bill se vuelve a
mirarlo y, en el primer momento, cree que Stan ha visto un pequeño incendio a la
orilla del río. Su primera impresión es de fuego: un fulgor rojo y cegador. Pero
cuando Stan levanta el incendio en la mano derecha, el ángulo de la luz se altera y
Bill ve que sólo se trata de una botella de Coca-Cola que alguien ha dejado caer
junto al río. Ve que Stan la toma por el cuello y la golpea contra un saliente rocoso
que sobresale de la orilla. La botella se rompe. Bill nota que todos están
observando a Stan, viéndole buscar entre los fragmentos de vidrio, con expresión
sobria, absorta. Por fin recoge un fino triángulo. El sol poniente le arranca
destellos rojos y Bill vuelve a pensar: "Parece fuego."
Stan levanta la vista para mirarlo y Bill, de súbito, lo comprende todo con
perfecta claridad. Es acertadísimo. Da un paso hacía Stan, con las manos
tendidas, las palmas hacia arriba. Stan retrocede hasta el agua y entra en ella.
Unos bichitos negros pululan apenas por debajo de la superficie y Bill ve que una