Page 99 - La sangre manda
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—¿Está diciéndome que la rotación de la Tierra se está ralentizando?

                    —Correcto.  —Yarbrough  se  sacó  la  pipa  de  la  boca  y  señaló  a  las
               personas que pasaban por la acera. Eran cada vez menos ahora que la tarde
               daba paso al crepúsculo—. Seguro que toda esa gente piensa que los múltiples
               desastres  a  los  que  nos  enfrentamos  tienen  una  única  causa:  lo  que  hemos

               hecho  con  el  medio  ambiente  de  la  Tierra.  No  es  así.  Soy  el  primero  en
               reconocer  que  hemos  tratado  a  nuestra  madre…  sí,  es  la  madre  de  todos
               nosotros, muy mal, ciertamente hemos abusado de ella, por no decir que la
               hemos  violado  sin  contemplaciones,  pero  nosotros  no  somos  nada  en

               comparación con el gran reloj del universo. Nada. No, lo que sea que está
               ocurriendo va mucho más allá de la degradación medioambiental.
                    —Quizá el culpable sea Chuck Krantz —comentó Marty.
                    Yarbrough lo miró con expresión de sorpresa y se rio.

                    —Volvemos a él, ¿eh? Chuck Krantz se jubila y ¿toda la población de la
               Tierra, además de la propia Tierra, se jubila con él? ¿Esa es su tesis?
                    —A algo hay que echarle la culpa —dijo Marty con una sonrisa—. O a
               alguien.

                    Sam Yarbrough se levantó, se llevó una mano a los riñones, se desperezó
               e hizo una mueca.
                    —Con las debidas disculpas al señor Spock, eso no es lógico. Supongo
               que treinta y nueve años es un largo período de tiempo desde el punto de vista

               de  la  vida  humana,  casi  la  mitad,  pero  la  última  glaciación  ocurrió  hace
               mucho más tiempo. Por no hablar ya de la era de los dinosaurios. ¿Seguimos
               con el garbeo?
                    Siguieron con el garbeo; sus sombras se alargaban ante ellos. Marty se

               reprendía  mentalmente  por  haber  dormido  la  mayor  parte  de  un  día  tan
               hermoso.  Yarbrough  avanzaba  cada  vez  más  despacio.  Cuando  por  fin
               llegaron al arco de ladrillo que señalaba la entrada en Harvest Acres, el viejo
               dueño de la funeraria volvió a sentarse.

                    —Creo que contemplaré la puesta de sol mientras espero a que la artritis
               se modere un poco. ¿Le apetece acompañarme?
                    Marty negó con la cabeza.
                    —Me parece que seguiré adelante.

                    —A  ver  a  su  ex  —dijo  Yarbrough—.  Lo  entiendo.  Ha  sido  un  placer
               hablar con usted, señor Anderson.
                    Marty se dispuso a cruzar el arco, pero de pronto se volvió.
                    —Charles Krantz significa algo —dijo—. Estoy seguro.







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