Page 97 - La sangre manda
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CHARLES, escribió el avión. Luego KRANTZ. Y después, naturalmente,
39 MAGNÍFICOS AÑOS. El nombre empezaba ya a disiparse cuando el
avión escribió: ¡GRACIAS, CHUCK!
—Pero qué coño —dijo Gus.
—Eso mismo pienso yo —convino Marty.
Como Marty se había saltado el desayuno, cuando volvió a entrar se calentó
en el microondas uno de los platos precocinados —una empanada de pollo de
Marie Callender, muy sabrosa— y se lo llevó al salón para ver la tele. Pero
los dos únicos canales que pudo sintonizar mostraban la fotografía de Charles
Krantz, conocido como Chuck, tras su escritorio, con el bolígrafo siempre a
punto. Marty se quedó mirándolo mientras comía la empanada; luego apagó
la caja tonta y volvió a la cama. Parecía lo más sensato.
Durmió durante la mayor parte del día y, aunque no soñó con Felicia (al
menos que él recordara), despertó pensando en ella. Quería verla y, cuando la
viese, le preguntaría si podía quedarse a dormir. Quizá incluso instalarse allí.
Sesenta modalidades distintas de mierda, había dicho Gus, y todas al mismo
tiempo. Si eso era realmente el final, no quería afrontarlo solo.
Harvest Acres, la pequeña y cuidada urbanización donde ahora vivía
Felicia, se hallaba a cinco kilómetros de allí, y Marty no tenía intención de
arriesgarse a ir en coche, así que se puso un chándal y unas zapatillas de
deporte. Era una hermosa tarde para caminar, con un cielo todavía de un azul
impoluto, y había mucha gente en la calle. Daba la impresión de que algunos
disfrutaban del sol, pero la mayoría solo se miraban los pies. Casi nadie
hablaba, ni siquiera aquellos que paseaban de dos en dos o de tres en tres.
En Park Drive, una de las principales avenidas del lado este, los cuatro
carriles estaban atascados, y casi todos los coches, vacíos. Marty serpenteó
entre ellos, y en la otra acera encontró a un anciano con un traje de tweed y un
sombrero de fieltro a juego. Sentado en el bordillo, golpeaba la pipa para
vaciarla en la alcantarilla. Vio que Marty lo observaba y sonrió.
—Solo estoy descansando —dijo—. Me he acercado a pie al centro para
ver el socavón y he tomado unas cuantas fotos con el teléfono. He pensado
que a lo mejor le interesaban a alguna de las cadenas de televisión locales,
pero parece que ninguna emite. Salvo las fotos de ese tal Krantz, claro.
—Sí —coincidió Marty—. Ahora todo es Chuck, a todas horas. ¿No sabrá
usted quién…?
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