Page 95 - La sangre manda
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vive; Chuck para siempre…, y los anuncios en televisión.

                    —¿En  serio?  —Marty  pensó  en  lo  que  había  visto  en  Netflix  la  noche
               anterior, justo antes de que se colgara. En ese momento lo había considerado
               un pop-up especialmente molesto.
                    —Bueno,  al  menos  en  las  emisoras  locales.  Quizá  en  la  televisión  por

               cable sea distinto, pero ya no nos llega. Desde julio.
                    —A nosotros tampoco. —Ahora que había iniciado la ficción de que aún
               formaba  parte  de  un  nosotros,  le  parecía  mejor  seguir  con  eso—.  Solo
               sintonizamos el canal ocho y el canal diez.

                    Andrea asintió.
                    —No  más  anuncios  de  coches  ni  de  Eliquis  ni  de  Muebles  de  Ocasión
               Bob’s.  Solo  Charles  Krantz,  treinta  y  nueve  magníficos  años,  Chuck.  Un
               minuto entero para eso, y después vuelta a las reposiciones programadas de

               siempre. Muy raro, pero qué no lo es en estos tiempos. Y ahora me voy, me
               muero de ganas de llegar a casa.
                    —¿Ese Charles Krantz no tiene relación con su banco? ¿No se jubila del
               banco?

                    Ella se detuvo un momento antes de seguir avanzando penosamente hacia
               su casa, cargada con los zapatos de tacón que ese día no necesitaría. O quizá
               nunca más.
                    —No conozco de nada a Charles Krantz. Debía de trabajar en la sede de

               Omaha. Aunque, según tengo entendido, hoy por hoy Omaha no es más que
               un cenicero gigantesco.
                    Marty  la  observó  alejarse.  Lo  mismo  hizo  Gus  Wilfong,  que  se  había
               acercado a él. Gus señaló con el mentón el lúgubre desfile de trabajadores que

               regresaban a sus casas porque ya no podían acceder a sus puestos de trabajo:
               vendedores, comerciantes, empleados de banca, camareros, repartidores.
                    —Parecen refugiados —comentó Gus.
                    —Sí  —dijo  Marty—.  Algo  así.  Ah,  me  has  preguntado  por  mis

               provisiones.
                    Gus asintió.
                    —Tengo unas cuantas latas de sopa. También un poco de basmati y Rice-
               a-Roni. Unos Cheerios, creo. Y me parece que en el congelador me quedan

               seis platos precocinados y un cuarto de litro de helado Ben and Jerry’s.
                    —No se te ve preocupado.
                    Marty se encogió de hombros.
                    —¿De que serviría?







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