Page 90 - La sangre manda
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pero sabía, por amargas experiencias y noches de insomnio, que antes debía

               protegerse el estómago.
                    —Curiosamente —dijo—, los padres que se han presentado parecían más
               preocupados por internet que por los terremotos de California. Supongo que
               es porque las regiones granero del estado siguen todavía en su sitio.

                    —Pero  ¿hasta  cuándo?  Según  un  científico  que  habló  por  la  NPR,
               California está desprendiéndose como un papel de pared viejo. Y esta tarde se
               ha inundado otro reactor japonés. Decían que no estaba en funcionamiento,
               que no hay peligro, pero no sé si creérmelo.

                    —Cínica.
                    —Vivimos  tiempos  de  cinismo,  Marty.  —Felicia  titubeó—.  Algunos
               piensan que vivimos el Fin de los Tiempos. Y no solo los fanáticos religiosos.
               Ya no. Se lo oyes decir a un respetado miembro de la Brigada Suicida del

               Hospital  Municipal  General.  Hoy  hemos  perdido  a  seis,  pero  hemos
               conseguido revivir a otros dieciocho. En la mayoría de los casos, con ayuda
               de la naloxona. Pero… —Volvió a bajar la voz—. Los suministros escasean.
               He  oído  decir  al  farmacéutico  jefe  que  podría  terminarse  antes  de  final  de

               mes.
                    —Mal rollo —dijo Marty al tiempo que echaba un vistazo a su maletín.
                    Todos  aquellos  exámenes  y  trabajos  pendientes  de  procesar.  Todos
               aquellos  errores  ortográficos  pendientes  de  corregirse.  Todas  aquellas

               subordinadas mal construidas y conclusiones vagas pendientes de marcarse en
               rojo. Por lo visto, las ayudas informáticas como Spellcheck y las aplicaciones
               como Grammar Alert no servían. La sola idea le producía cansancio.
                    —Oye, Fel, he de dejarte. Tengo exámenes que puntuar y trabajos sobre

               «Reparar el Muro» que corregir.
                    Pensar en el sinfín de vacuidades de los trabajos que lo esperaban hizo
               que se sintiera viejo.
                    —De  acuerdo  —respondió  Felicia—.  Solo  que…,  ya  me  entiendes,

               mantengamos el contacto.
                    —Entendido.
                    Marty abrió el armario y cogió el bourbon. Esperaría a que ella colgara
               para  servírselo,  no  fuera  a  ser  que  oyera  el  gorgoteo  y  supiera  qué  estaba

               haciendo.  Las  esposas  tenían  intuición;  las  exesposas,  al  parecer,
               desarrollaban un radar de alta definición.
                    —¿Puedo decir que te quiero? —preguntó ella.
                    —Solo si yo puedo decirte lo mismo —contestó Marty deslizando el dedo

               por  la  etiqueta  de  la  botella:  Early  Times,  «primeros  tiempos».  Una  marca




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