Page 91 - La sangre manda
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excelente, pensó, para el fin de los tiempos.
—Te quiero, Marty.
—Y yo a ti.
Una buena manera de acabar, pero ella seguía al aparato.
—¿Marty?
—¿Qué, cariño?
—El mundo se está yendo al garete, y lo único que podemos decir es «mal
rollo». O sea, a lo mejor también nosotros nos estamos yendo al garete.
—A lo mejor —dijo él—. Pero Chuck Krantz se jubila, así que supongo
que hay un rayo de esperanza en la oscuridad.
—Treinta y nueve magníficos años —respondió Felicia, y esta vez fue
ella quien se rio.
Marty dejó la leche.
—¿Has visto el cartel?
—No, he oído un anuncio por la radio. En ese programa de la NPR del
que te hablaba.
—Si ponen anuncios en la NPR, sin duda es el fin del mundo —comentó
Marty. Ella volvió a reírse, y él se alegró de oír su risa—. Ya me dirás tú
cómo consigue Chuck Krantz ese nivel de difusión. Parece un contable, y yo
no sabía ni que existiera.
—Ni idea. El mundo está lleno de misterios. Nada de bebidas fuertes,
Marty. Sé que te ronda por la cabeza. Mejor tómate una cerveza.
Él no rio al poner fin a la llamada, pero sí sonrió. El radar de la exmujer.
Alta definición. Guardó el Early Times en el armario y cogió una cerveza.
Echó un par de salchichas al agua y, mientras esperaba a que hirviese, entró
en su pequeño despacho para ver si funcionaba internet.
Funcionaba, y al parecer un poco mejor, no con la lentitud de costumbre.
Accedió a Netflix pensando que podía volver a ver un episodio de Breaking
Bad o The Wire mientras comía los perritos calientes. Apareció la pantalla de
bienvenida mostrando la selección de series y películas, que no habían
cambiado desde la noche anterior (y hasta hacía no mucho el material de
Netflix solía cambiar más o menos a diario), pero antes de decidir a qué malo
quería ver, si a Walter White o a Stringer Bell, la pantalla de bienvenida se
desvaneció. Dio paso al aviso BUSCANDO y el pequeño círculo giratorio.
—Joder —dijo Marty—. Se acabó por esta no…
De pronto el círculo giratorio se esfumó y la pantalla volvió a activarse.
Solo que esta vez ahí no salió la pantalla de bienvenida de Netflix, sino
Charles Krantz, sentado tras su escritorio cubierto de papeles, sonriente, con
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