Page 92 - La sangre manda
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el bolígrafo en la mano de la cicatriz. CHARLES KRANTZ, por encima de

               él; ¡39 MAGNÍFICOS AÑOS! ¡GRACIAS, CHUCK!, por debajo.
                    —¿Y tú quién coño eres, Chuckie? —preguntó Marty—. ¿Cómo es que
               sales por todas partes?
                    Y de repente, como si con su aliento hubiese apagado internet igual que si

               de una vela de cumpleaños se tratara, la imagen desapareció y en la pantalla
               se leyó SIN CONEXIÓN.
                    Esa  noche  ya  no  volvió.  Ni  nunca  más.  Como  la  mitad  de  California
               (pronto las tres cuartas partes), internet se había desvanecido.





               Al día siguiente, en lo primero que reparó Marty cuando salía marcha atrás
               del  garaje  fue  en  el  cielo.  ¿Cuánto  tiempo  hacía  que  no  veía  ese  azul

               despejado e impoluto? ¿Un mes? ¿Seis semanas? Ahora las nubes y la lluvia
               (a veces una llovizna, a veces un aguacero) eran casi constantes, y los días
               que  las  nubes  se  dispersaban,  el  cielo  solía  seguir  encapotado  a  causa  del
               humo procedente de los incendios del Medio Oeste. Habían ennegrecido la

               mayor parte de Iowa y Nebraska, y avanzaban hacia Kansas impulsados por
               vientos huracanados.
                    En lo segundo que reparó fue en Gus Wilfong, que subía cansinamente
               por  la  calle  con  su  enorme  fiambrera  golpeándole  el  muslo.  Gus  vestía  un

               pantalón  caqui,  pero  llevaba  corbata.  Era  supervisor  del  departamento  de
               Obras Públicas del ayuntamiento. Pese a que eran solo las siete y cuarto, se lo
               veía fatigado y de mal humor, como si fuera el final de un largo día en lugar
               del principio. Y si era el principio, ¿por qué se dirigía hacia su casa, al lado de

               la de Marty? Además…
                    Marty bajó la ventanilla.
                    —¿Dónde está tu coche?
                    Gus soltó una risa breve y desabrida.

                    —Aparcado junto a la acera hacia la mitad de Main Street Hill, junto con
               otros cien. —Expulsó el aire de los pulmones—. Uf, ni recuerdo la última vez
               que caminé cinco kilómetros. Lo cual probablemente dice más de mí de lo
               que te interesa saber. Oye, si vas al colegio, tendrás que ir hasta la Carretera

               11  y  después  rodear  por  la  Carretera  19.  Treinta  y  cinco  kilómetros  como
               mínimo, y también allí habrá mucho tráfico. Puede que llegues a la hora del
               almuerzo, pero yo no contaría con eso.
                    —¿Qué ha pasado?







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