Page 96 - La sangre manda
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—Pero,  fíjate,  resulta  interesante  —dijo  Gus—.  Al  principio  estábamos

               todos  preocupados.  Queríamos  respuestas.  La  gente  fue  a  Washington  y  se
               manifestó.  ¿Recuerdas  cuando  derribaron  la  valla  de  la  Casa  Blanca  y
               dispararon contra aquellos universitarios?
                    —Sí.

                    —Luego vino el derrocamiento del Gobierno en Rusia y la Guerra de los
               Cuatro  Días  entre  India  y  Pakistán.  Hay  un  volcán  en  Alemania…  ¡En
               Alemania, por el amor de Dios! Nos decíamos que todo esto quedaría atrás,
               pero no parece que vaya a ser así, ¿no crees?

                    —No  —coincidió  Marty.  Aunque  acababa  de  levantarse,  se  sentía
               cansado. Mucho—. No ha quedado atrás; se ha agravado.
                    —Por otro lado, están los suicidios.
                    Marty asintió.

                    —Felicia los ve a diario.
                    —Creo que los suicidios irán a menos —dijo Gus—, y la gente se limitará
               a esperar.
                    —Esperar ¿qué?

                    —El  final,  tío.  El  final  de  todo.  Hemos  recorrido  las  cinco  etapas  del
               dolor, ¿no te das cuenta? Ahora hemos llegado a la última: la aceptación.
                    Marty calló. No se le ocurría nada que decir.
                    —Ahora  la  gente  ya  apenas  siente  curiosidad.  Y  todo  esto…  —Gus

               abarcó su entorno con un gesto del brazo—. Ha salido de la nada. Es decir,
               sabíamos  que  el  medio  ambiente  iba  de  mal  en  peor,  diría  que  incluso  los
               elementos  más  recalcitrantes  de  la  extrema  derecha  lo  creían  para  sus
               adentros,  pero  lo  que  ahora  tenemos  es  sesenta  modalidades  distintas  de

               mierda, todas a la vez. —Dirigió a Marty una mirada casi suplicante—. ¿En
               cuánto tiempo? ¿Un año? ¿Catorce meses?
                    —Sí —dijo Marty—. Mal rollo. —Aparentemente era lo único apropiado
               que decir.

                    Oyeron un zumbido en lo alto y alzaron la vista. Por entonces los grandes
               aviones  que  entraban  y  salían  del  aeropuerto  municipal  eran  pocos  y  muy
               espaciados,  pero  ese  era  un  avión  pequeño,  que  avanzaba  despacio  por  el
               cielo  anormalmente  despejado  y  despedía  un  chorro  blanco  por  la  cola.  El

               avión se escoró y giró, ascendió y descendió, formando letras con el humo (o
               la sustancia química que fuera aquello).
                    —Eh —dijo Gus, estirando el cuello—. Un avión que escribe en el cielo.
               No veía algo así desde niño.







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