Page 94 - La sangre manda
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mucha comida en la despensa y el congelador, porque todas las principales

               regiones productoras de alimentos del país ya han desaparecido. Lo mismo ha
               pasado en Europa. En Asia ya hay hambruna. Allí han muerto millones. La
               peste bubónica, según he oído.
                    Permanecieron en el camino de acceso de la casa de Marty observando a

               otras personas que regresaban a pie del centro, muchos con traje y corbata.
               Una mujer con un bonito conjunto rosa avanzaba pesadamente en zapatillas
               de deporte y con unos zapatos de tacón en la mano. Marty creyó recordar que
               se llamaba Andrea algo más y vivía a un par de calles. ¿No le había contado

               Felicia que trabajaba en el Midwest Trust?
                    —Y  las  abejas  —prosiguió  Gus—.  Ya  lo  tenían  difícil  hace  diez  años,
               pero  ahora  han  desaparecido  del  todo,  salvo  por  unas  cuantas  colmenas  en
               Sudamérica. Se acabó la miel. Y sin abejas para polinizar, las pocas cosechas

               que puedan quedar…
                    —Perdona —dijo Marty. Salió del coche y echó a trotar para alcanzar a la
               mujer del traje rosa—. ¿Andrea? ¿Es usted Andrea?
                    Ella se volvió con recelo, levantando los zapatos por si necesitaba recurrir

               a los tacones para ahuyentarlo. Marty se hizo cargo; en esos tiempos andaba
               por  ahí  mucha  gente  descontrolada.  Se  detuvo  a  un  metro  y  medio  de
               distancia.
                    —Soy  el  marido  de  Felicia  Anderson.  —Ex,  en  realidad,  pero  marido

               sonaba  menos  potencialmente  peligroso—.  Me  parece  que  Fel  y  usted  se
               conocen.
                    —Sí. Coincidí con ella en el comité de vigilancia del barrio. ¿Qué puedo
               hacer por usted, señor Anderson? Me he dado una buena caminata y mi coche

               se ha quedado en lo que parece un embotellamiento definitivo en el centro. En
               cuanto al banco, está… inclinado.
                    —Inclinado —repitió Marty. En su imaginación, vio la torre inclinada de
               Pisa. Con la foto de jubilación de Chuck Krantz en lo alto.

                    —Está al borde del socavón y, aunque no se ha derrumbado, me parece un
               sitio  muy  poco  seguro.  Sin  duda  está  condenado.  Supongo  que  con  eso  se
               acaba mi trabajo, al menos en la sucursal del centro, pero la verdad es que me
               da igual. Lo único que me apetece ahora es llegar a casa y poner los pies en

               alto.
                    —Siento curiosidad por ese cartel que hay en el edificio del banco. ¿Lo ha
               visto?
                    —¿Cómo no iba a verlo? —preguntó ella—. Al fin y al cabo, trabajo allí.

               También he visto las pintadas, por todas partes: te queremos, Chuck; Chuck




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