Page 88 - La sangre manda
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Sabía que eso era cierto. Según el New York Times (que leía cada mañana

               en su tableta si funcionaba internet), el absentismo laboral alcanzaba cifras
               récord en todo el mundo.
                    Cogió la pila de libros con una mano y el maletín viejo y ajado con la otra.
               Pesaba por todos los exámenes y trabajos que debía corregir. Así de cargado,

               salió como pudo del coche y empujó la puerta con el trasero para cerrarla. Se
               rio al ver en la pared su propia sombra ejecutando lo que parecía un baile
               funky. El sonido lo sobresaltó; en esos tiempos difíciles, la risa era cada vez
               más infrecuente. A continuación se le cayeron la mitad de los libros al suelo,

               lo que puso fin a cualquier asomo de buen humor.
                    Recogió la Introducción a la literatura estadounidense y Cuatro novelas
               cortas  (en  esos  momentos  hacía  leer  a  sus  alumnos  de  segundo  La  roja
               insignia  del  valor)  y  entró.  Apenas  había  conseguido  dejarlo  todo  en  la

               encimera de la cocina cuando sonó el teléfono. El fijo, claro; por entonces la
               cobertura  de  móvil  era  casi  inexistente.  A  veces  se  alegraba  de  haber
               conservado la línea fija, a diferencia de muchos de sus colegas, que en ese
               momento estaban verdaderamente colgados, porque desde hacía poco más o

               menos un año solicitar una nueva…, en fin, mejor ni intentarlo. Había más
               probabilidades  de  volver  a  utilizar  la  ronda  de  peaje  que  de  llegar  a  los
               primeros  puestos  de  la  lista  de  espera,  y  también  en  las  líneas  fijas  se
               producían cortes frecuentes.

                    El identificador de llamada ya no funcionaba, pero estaba tan seguro de
               quién se hallaba al otro lado de la línea que, nada más descolgar el auricular,
               dijo:
                    —Eh, Felicia.

                    —¿Dónde  has  estado?  —preguntó  su  exmujer—.  ¡Llevo  una  hora
               intentando ponerme en contacto contigo!
                    Marty  le  explicó  lo  de  las  reuniones  de  padres  y  profesores,  y  el  largo
               viaje a casa.

                    —¿Estás bien?
                    —Lo estaré en cuanto coma algo. ¿Y tú qué tal, Fel?
                    —Voy tirando, pero hoy hemos tenido seis más.
                    Marty no necesitó preguntar a qué se refería. Felicia era enfermera en el

               Hospital  Municipal  General,  donde  ahora  el  personal  sanitario  se
               autodenominaba Brigada Suicida.
                    —Lamento oírlo.
                    —El signo de los tiempos.







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