Page 84 - La sangre manda
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Me llevé la mano al bolsillo izquierdo y saqué mi iPhone actual, el 5C con

               carcasa de color. Me proponía arrojarlo también al lago. Seguramente podía
               arreglármelas con el fijo, y seguramente desprenderme de él me haría la vida
               más fácil. Menos cháchara, no más mensajes para preguntarme Qué haces, no
               más emoticonos absurdos. Si conseguía trabajo en un periódico después de

               graduarme  y  necesitaba  mantenerme  en  contacto,  podía  utilizar  un  móvil
               prestado y devolverlo una vez concluido el encargo para el cual lo necesitase.
                    Eché  el  brazo  atrás,  lo  mantuve  en  esa  posición  durante  lo  que  se  me
               antojó  un  largo  rato,  quizá  un  minuto,  quizá  dos.  Al  final  me  guardé  el

               teléfono  en  el  bolsillo.  Ignoro  si  todo  el  mundo  es  adicto  a  esas  latas  Del
               Monte de alta tecnología, pero sí sé que yo lo soy, y sé que el señor Harrigan
               lo era. Por eso le metí el móvil en el bolsillo aquel día. En el siglo XXI, creo,
               son nuestros teléfonos el medio por el que nos relacionamos con el mundo. Si

               es así, probablemente sea una mala relación.
                    O tal vez no. Después de lo ocurrido a Yanko y a Whitmore, y después de
               aquel último mensaje de reypirata1, hay muchas cosas de las que no estoy
               seguro. De la realidad misma, para empezar. No obstante, sí sé dos cosas, y

               son  tan  sólidas  como  la  roca  de  Nueva  Inglaterra.  Cuando  me  muera,  no
               quiero que me incineren, y quiero que me entierren con los bolsillos vacíos.















































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