Page 150 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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Miró  a  su  alrededor  y  vio  el  cuchillo  que  había  apuñalado  a  Basil

               Hallward.  Lo  había  limpiado  muchas  veces,  hasta  que  no  había  quedado
               ninguna  mancha  en  él.  Estaba  reluciente,  y  resplandecía.  Igual  que  había
               matado al pintor, acabaría con su obra y todo lo que ésta significaba. Mataría
               el pasado, y cuando estuviera muerto, sería libre. Lo tomó y apuñaló el lienzo

               con él desgarrándolo de arriba a abajo.
                    Se oyó un grito y un golpe. El grito fue tan horrible en su agonía que los
               aterrorizados  sirvientes  despertaron  y  salieron  de  sus  habitaciones.  Dos
               caballeros que pasaban por la plaza, abajo en calle, se detuvieron y miraron a

               la gran mansión. Luego siguieron caminando hasta dar con un policía al que
               llevaron  de  vuelta.  El  hombre  llamó  al  timbre  varias  veces,  pero  no
               respondieron. La casa estaba completamente a oscuras salvo por una luz en
               una de las ventanas de arriba. Después de un rato, se marchó, y permaneció en

               el pórtico de la casa contigua vigilando.
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                    —¿De quién es esa casa, agente? —preguntó el caballero de más edad.
                    —Del señor Dorian Gray, señor —⁠respondió el policía.
                    Los  dos  se  miraron  mientras  seguían  su  camino  e  hicieron  un  gesto  de

               desdén. Uno de ellos era el tío de sir Henry Ashton.
                    Dentro, en las habitaciones del servicio de la casa, los criados a medio
               vestir hablaban entre ellos en susurros. La anciana señora Leaf lloraba y se
               apretaba las manos. Francis tenía la palidez de la muerte.

                    Alrededor de un cuarto de hora después, subió las escaleras con el cochero
               y uno de los lacayos. Llamaron a la puerta, pero nadie respondió. Llamaron a
               voces.  Todo  siguió  en  silencio.  Al  fin,  tras  intentar  forzar  la  puerta
               inútilmente,  subieron  hasta  el  tejado,  y  desde  allí  se  dejaron  caer  hasta  el

               balcón. Las ventanas cedieron con facilidad: los pestillos eran antiguos.
                    Cuando entraron, hallaron colgando de la pared un espléndido retrato de
               su patrón tal como la última vez que lo habían visto, en todo el esplendor de
               su exquisita juventud y belleza. Yaciendo en el suelo había un hombre muerto

               en traje de noche, con un cuchillo en el corazón. Era un hombre marchito y
               arrugado,  y  una  visión  repulsiva.  No  fue  hasta  que  examinaron  sus  anillos
               cuando lo reconocieron.


















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