Page 149 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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color escarlata que salpicaban la mano parecían aún más brillantes y como si

               fueran de sangre recién derramada.
                    ¿Era mera vanidad lo que lo había empujado a su única buena acción? ¿O
               era el deseo de una sensación nueva, como lord Henry había insinuado con su
               risa burlona? ¿O acaso se trataba de esa pasión por interpretar un papel que a

               veces nos lleva a hacer cosas mejores de lo que nosotros mismos en realidad
               somos? ¿O eran, quizá, las tres cosas al mismo tiempo?
                    ¿Por qué la mancha roja era aún mayor? Parecía haberse extendido como
               una horrible enfermedad por los dedos arrugados. Había sangre en los pies

               como  si  hubiera  estado  goteando;  sangre  incluso  en  la  mano  que  no  había
               sostenido el cuchillo.
                    ¿Confesar?  ¿Significaba  aquello  que  debía  confesar?  ¿Entregarse  y  ser
               condenado a muerte? Sintió que la idea era monstruosa. Y, además, ¿quién lo

               creería,  aun  si  confesara?  No  quedaban  huellas  del  hombre  asesinado  en
               ninguna parte. Todas sus pertenencias habían sido destruidas. Él mismo había
               quemado  las  cosas  que  quedaron  abajo.  El  mundo,  simplemente,  diría  que
               estaba loco. Lo encerrarían si persistía en su historia.

                    Pero  tenía  el  deber  de  confesar,  de  sufrir  la  deshonra  pública  y  hacer
               pública expiación. Había un Dios que exigía a los hombres que confesaran sus
               pecados a la tierra además de confesárselos al cielo. Nada que pudiera hacer
               lo  redimiría  hasta  haber  contado  su  pecado.  ¿Su  pecado?  Se  encogió  de

               hombros. La muerte de Basil Hallward tenía muy poco que ver con él. Estaba
               pensando en Hetty Merton.
                    Era un espejo injusto aquel espejo de su alma en el que se estaba mirando.
               ¿Vanidad?  ¿Curiosidad?  ¿Hipocresía?  ¿No  había  nada  más  que  eso  en  su

               renuncia? Había habido algo más. Al menos, eso pensaba. Pero ¿quién podría
               decirlo?
                    Y aquel asesinato, ¿iba a perseguirlo durante toda su vida? ¿Es que nunca
               iba a librarse del pasado? ¿Iba verdaderamente a confesar? No. Sólo existía

               una prueba contra él. El cuadro mismo. Ésa era la prueba.
                    Lo  destruiría.  ¿Por  qué  lo  había  conservado  durante  tanto  tiempo?  Le
               había proporcionado placer una vez verlo envejecer y cambiar. Últimamente
               ya no sentía tal placer. Lo había mantenido en vela por las noches. Cuando

               había estado lejos, lo había llenado de terror que otros ojos pudieran mirarlo.
               Había llevado melancolía a sus pasiones. Su mero recuerdo había arruinado
               muchos  momentos  de  dicha.  Había  sido  como  una  conciencia  para  él.  Sí;
               había sido su conciencia. Lo destruiría.







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