Page 22 - Lo Inevitable del Amor
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conocimiento  hasta  mi  adolescencia.  Cuando  me  enteré,  tuve  la  intención  de
      buscarle,  de  conocer  algo  sobre  mi  pasado,  aunque  se  tratara  tan  sólo  de  un
      pasado genético. Esa inquietud me duró poco, y aunque a veces lo pienso, no sé
      realmente qué haría si estuviera vivo. Aquel artista no dejó tampoco demasiada
      huella física en mí, porque me parezco muchísimo a mi madre. Y a medida que
      me hago mayor, más. Eso sí, que quede claro que sólo me parezco físicamente,
      nada más.
        Mi abuelo echó a mi madre de casa por la deshonra que suponía que su hija
      fuera a ser madre soltera. En realidad, la echó sin echarla, porque mi madre se
      fue  a  casa  de  una  tía  suya  y  allí  pasó  el  embarazo  mantenida  por  mi  abuelo
      Braulio aunque fuera a distancia.
        El día de mi nacimiento ocurrió que mi madre decidió salir de casa cuando
      era demasiado tarde y yo ya estaba deseando conocer este mundo. Intentó coger
      un taxi, pero no pasaba ninguno y, mientras esperaba, se apoyó en un Dodge que
      había aparcado en segunda fila para aguantarse la tripa y a ella misma.
        —¿Le pasa a usted algo, señora? —preguntó a mi embarazadísima madre el
      joven del Dodge.
        —¿Usted qué cree, imbécil? —contestó ella.
        —¡Lo siento, señora! —se disculpó el hombre al darse cuenta de su absurda
      pregunta.
        Salió del coche para ayudar a mi madre a subir a él y llevarla al hospital. No
      llegaron: a un par de manzanas el chico tuvo que detenerse y asistir a mi madre
      en el asiento trasero del Dodge. Soportó el parto, le dio ánimos y me sujetó a mí
      cuando decidí venir definitivamente a este mundo. Me colocó encima de la tripa
      de mi madre y nos llevó al hospital para que los médicos terminaran el trabajo.
        Al  día  siguiente  el  joven  fue  a  visitarnos  al  hospital.  Y  después  de  aquella
      visita vino la siguiente. Y después otra. Fue él quien nos llevó de regreso a casa en
      su Dodge —en realidad, era de su padre—, ya limpio de los restos del parto. No
      hay que ser muy perspicaz para descubrir que aquel hombre que, por casualidad
      o porque lo quiso el destino, me ayudó a nacer se llama Antonio y es mi padre,
      aunque yo nunca le he llamado papá.
      Gene y Patty no tenían hijos. La Guardia Civil me llamó después del accidente
      porque mi número era el último que había marcado Gene. Tuve que reconocer
      sus cuerpos en el Instituto Anatómico Forense antes de que, desde allí, se pusieran
      en  contacto  con  la  embajada  estadounidense  para  localizar  a  algún  familiar
      directo. Sólo apareció un hermano de Patty, que vino a Madrid con su mujer para
      repatriar los cadáveres. Un término este de repatriar que siempre me ha sonado
      muy militar.
        La pareja era realmente extraña. Creo que me dijeron que vivían en Dakota,
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