Page 125 - Abrázame Fuerte
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para acallar rumores. Ambos se sientan, pillan sillas para todos y se piden una
cerveza. Ella está contenta y relajada hasta que aparece Silvia. Eso le recuerda
la última conversación por chat que tuvo con Sergio.
—Hola, chicos —saluda la recién llegada, quitándose los cascos y dejando la
bolsa encima de la mesa—. ¿No ha llegado nadie más?
—¿No tienes bastante con nosotros? —contesta Bea.
Por suerte, Silvia no percibe el tono defensivo en su voz, distraída como está
llamando a Estela y a Marcos, que acaban de entrar en el bar.
—Qué bonita la parejita —bromea Bea con ellos.
—Nos hemos encontrado por casualidad —aclara Marcos.
Lo que no sabe el chico es que a Estela no le van las casualidades. Más bien,
las provoca ella. Se ha tirado veinte minutos escondida detrás de un árbol cerca
del Milano y, cuando lo ha visto pasar, ha salido disparada. Han estado charlando
de música durante el resto de trayecto, y la verdad es que Marcos ya no se siente
tan apabullado con ella, y Estela no siente tampoco la necesidad de montar tantos
números para llamar su atención. Ambos se han mostrado muy cómodos.
Parece que se están haciendo amigos.
Todos llegan en cuestión de segundos. Todos, menos Ana. « Mira que como no
venga» , piensa Silvia. Parece que todo marcha a la perfección. David y Nerea
están en la mesa de al lado; la universitaria está tan enganchada a su hermano
que parece una lapa. El bar está a tope y no cabe ni un alfiler.
Mientras, en el parque
Ana deja de escribir en su libreta, mira la hora y se da cuenta de que llega tarde.
Le da pereza ir al Milano y que Nerea la vuelva a humillar, pero por otro lado
necesita ver a David. « Cómo puedo estar tan colgada por un tío que pasa tanto de
mí…» , se lamenta.
Cuando llega al bar, lo primero que divisa es la mesa donde están todos. En
efecto, David y Nerea se sientan juntos, y están al lado de Silvia. Bea está junto a
Sergio, y Estela, con Marcos. « Y yo, ¿dónde narices me siento yo?» . De
repente, le entran unas ganas tremendas de salir corriendo. Se queda plantada en
medio del bar, como paralizada. La voz de Estela la despierta antes de que pueda
decidirse y huya de ahí:
—Ana, princesa, ¡estamos aquí! —le grita desde la otra punta.
Ana disimula, como si no los hubiera visto antes, y se dirige hacia la mesa.
Sigue sin saber dónde va a sentarse. Se siente un poco colgada. Silvia se da
cuenta, y en seguida encuentra una solución para su amiga.
—Tranquila, yo te consigo una silla —la anima, levantándose y cogiendo una
que tiene detrás—. La ponemos aquí. Ven.