Page 158 - Abrázame Fuerte
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pensarlo  busca  en  el  estuche  del  chico.  ¡Qué  suerte,  hay  cinta  adhesiva!,  la
      muchacha no lo duda ni un segundo: cuelga el dibujo en la pared que hay frente
      a la cama.
        —Bonito cuadro —sonríe el chico. Y luego, ofreciéndole todos los dibujos a
      Silvia, añade—: Me gusta la decoración.
        Ella distribuye encantada todos los dibujos por las paredes de la habitación
      acatando las directrices del paciente.
        —Un poco más a la derecha… Céntralo. No, súbelo un poco…
        Ahora,  en  las  paredes  de  la  habitación  hay  colgados  unos  diez  dibujos
      abstractos que, en su conjunto, forman una extraña nube de colores.
        Para observar mejor la obra de Sergio, la chica se coloca junto a él.
        —Siéntate —dice el chico dejándole algo de espacio en la cama—. Desde
      aquí se ve mucho mejor.
        Ella accede. ¡Están en la misma cama! Sus brazos se tocan.
        Al principio Silvia está algo incómoda: su brazo izquierdo está apresado entre
      su  cuerpo  y  el  del  chico.  La  mejor  manera  para  sentirse  bien  cómoda  es…
      ¡rodear con su brazo el cuerpo de Sergio!
        —¿Qué ves? —pregunta él, con la mirada fija en sus dibujos, como si ella no
      se hubiera movido.
        —Mucho color… Parece una montaña…
        —Yo veo como una cara…
        —¡Es verdad! ¡Una cara! —responde Silvia fascinada.
        De  pronto  alguien  entra  en  la  habitación.  Los  chicos  se  vuelven  hacia  la
      puerta  y…  Sorprendida,  Silvia  abre  los  ojos  de  una  manera  desmedida.  Bea
      permanece  inmóvil  en  el  umbral,  con  la  mano  aún  en  la  manija.  Los  tres
      permanecen en un silencio breve que sienten interminable.
        « ¡Tierra trágame!» , piensa Silvia, y entonces se levanta de la cama.
        —¡Hola, Bea! —saluda el chico al tiempo que su compañera de juegos se
      pone en pie.
        —Hola. Hola, Silvia —responde Bea, mirando fijamente a su amiga mientras
      se quita la chaqueta, muy seria.
        —He…, he venido a ver… lo y… estábamos… —tartamudea la otra.
        —Me da igual, Silvia.
        Si fuera un avestruz, ahora mismo Silvia metería la cabeza bajo tierra. Nota
      que su amiga está enfadada y se siente como si le hubiera puesto los cuernos.
      « Lo mejor será explicarse —piensa—. Hacerle entender» .
        —Bea, esta tarde he pensado en pasarme por el hospital para…
        —Ya. —La otra no quiere oír excusas.
        —Bueno, pues nada, yo ya me iba —se despide Silvia, derrotada.
        El ambiente en la habitación es irrespirable. Silvia sólo quiere irse y dejar
      sola a la pareja. Sin hablar, y mirándola fijamente todo el rato, Bea espera que
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