Page 37 - Abrázame Fuerte
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—¡Mamá! —exclama Silvia, sonrojada.
        —¿Ya  tienes  novio?  ¡Uy,  cuenta,  cuenta!  —La  mujer  hace  ademán  de
      sentarse con las Princess.
        —¡Mamá, no! —se avergüenza Silvia, mientras se pone de pie y empuja a su
      madre hacia la puerta.
        —¡Está bien, está bien, ya me voy! Avisadme cuando empecéis a bailar; aún
      me acuerdo de una coreografía superchula de cuando era joven —bromea su
      madre para fastidiar a Silvia, y les guiña un ojo a las demás.
        —Adiós, mamá… —la despide Silvia con tono imperativo mientras cierra la
      puerta, pone el cerrojo y suspira, aliviada.
        —Tu mamá es la caña —dice Ana cariñosamente.
        —Sí, claro. ¿Empezamos?
        Silvia baja la persiana mientras todas se levantan dispuestas a comenzar la
      reunión.
        A las Princess les gusta prepararse para una RPU. Deben estar a oscuras, sólo
      a la luz de las velas. Cada una debe tener consigo un objeto de valor y ponerlo en
      medio del círculo.
        Ana  siempre  pone  su  diario;  Silvia,  su  primer  oso  de  peluche;  Estela,  una
      máscara de teatro de Viena que le regaló su profesor Leo, y Bea, una pulsera de
      plata que fue de su madre y que no se quita jamás.
        Desde fuera, puede parecer algo semejante a un ritual de brujas pero, para
      las Princess, es un acto de confianza, porque los temas que tratan, aunque a veces
      puedan parecer tonterías, son top secret. Nada de lo que se comenta en una RPU
      sale nunca de la RPU.
        Todas saben que Sergio y Bea han quedado el sábado en un bar del centro,
      cerca del Milano. Esta vez no quieren que falle nada. Silvia enciende la última
      vela, cierra el círculo de las Princess, y empiezan su particular sesión.
        —Bien chicas, ¿quién quiere comenzar? —pregunta la anfitriona.
        Estela es la que lo tiene más claro, y se dirige directamente a Bea:
        —Nena, ¡a por él! ¡Nada de hacerse la mojigata! ¡Demuestra que eres una
      mujer de verdad!
        —Tiene  razón  —confirma  Ana,  y  prosigue  con  una  sonrisa—:  Cuando  lo
      veas,  te  sacas  la  chaqueta,  le  enseñas  el  color  de  tu  sujetador  y  le  plantas  un
      morreo de esos que lo dejen seco.
        Todas rompen a reír; saben que Ana no se expresa nunca de esa manera.
        —Pues ya que estamos—sugiere Bea—, ¿por qué no le digo que quedemos
      en un hotel de esos que pagas por horas?
        —Pues  a  mí  me  encantaría  probarlo  algún  día;  es  una  de  mis  fantasías
      recurrentes —confiesa Estela con voz morbosa, mientras el resto de las Princess
      se miran escandalizadas.
        —Chicas, chicas, calma… —susurra Ana, en voz baja—, que nos va a oír
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