Page 35 - final-azteclaim
P. 35
Una vez Ceres hubo fertilizado este astro, ubicado en el borde del Universo, abrazó con
amor a su hijo, entregando su propia vida en forma de alimento, para que éste, creciera, y
nunca muriera en el seno de su hogar; sus gritos ácidos y mordaces durante su entrega
desgarraron su garganta e hicieron que la energía brotará de aquel hogar hacia el
firmamento grabando al rojo vivo el Triangulum en los cielos, el nacimiento de una nueva
constelación. La sangre de Ceres se escurría desde su útero, tiñendo de un rojo mortal todo
el firmamento visible en el horizonte, dándole vida al mundo, y al mismo tiempo marcando
el inicio de su enfermedad.
Te hablo a ti, de mi madre, Ceres, la cual yace agonizando desde adentro, su cuerpo
envejeció a través de los eones, la luz astral se reflejó en sus suaves y cristalinos ojos, que
vislumbraron el florecimiento de su amor por la esfera cual día cálido de la primavera, la luz
aural acarició sus caprichosas formas de mujer, el aire con su beso frío y a veces violento
beso su tersa piel, mientras ella miraba todo el derredor hasta que su propio ser la volvió
una doncella agónica. Y estoy aquí, frente a ella, para matarla.
¡Qué cómo me justifico! ¡Maldita sea! ¡Si fue mutilada, violada, lacerada por todas las
progenies que tengo frente a mí, a ustedes que los alimentó, a ustedes que forman parte
de la composición de su propio cuerpo son también su anatema, una gran pena, su
eterno tormento que ella vive en soledad, ustedes que estaban para defenderla son sus
propios asesinos!
Ceres, madre mía, yo sé que estás dormida, y es probable que no me escuches, pero
¿cómo puedo ser yo el que tenga que matarte?, ¿cómo puedo ser yo quién desangre tu
corazón y te desgarre todas tus vísceras, que desgarre toda tu piel hasta dejar tus músculos
desnudos, que arranque desde la raíz cada uno de tus dientes y te reviente los ojos hasta
que tu iris se funda con el polvo?
Madre mía, no te mueras, no te mueras, te lo imploro, te lo ruego, tu aliento me dio vida, mi
cuerpo son los recuerdos de tu vida materializados, tú que me amaste, tú que amaste
cada una de las facetas de mi existencia, tú que cruzaste el infierno, tú que eres mi mar,
extenso, azul e inmenso, y mi nada, si yo te mató serás para siempre mi nada, aunque yo
me vuelva ánima no seré más que vacío.
Madre mía, no puedo, jamás me liberaré de las cadenas que yo mismo forjaré en las dunas
de mis pensamientos para ahorcarme en el calor intenso de un desierto de furia.
Y Ceres se manifestó:
No te condenaré a la desolación de un sepulcro eterno en este mundo
muerto. Este es mi acto más grande de amor por ti.
Ceres se alzó de su lecho y con sus propias manos aniquilo a su hijo,
lacero cada parte de su piel, de sus órganos hasta desintegrarlo. Una tristeza
insoportable nació de pronto en ella, mientras se alimentaba del corazón de
su vástago, mientras la sangre dimanaba de sus lágrimas.
Ella de su cuerpo moribundo y desahuciado se volvió veneno.