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Una vez Ceres hubo fertilizado este astro, ubicado en el borde del Universo, abrazó con
               amor a su hijo, entregando su propia vida en forma de alimento, para que éste, creciera, y
               nunca muriera en el seno de su hogar; sus gritos ácidos y mordaces durante su entrega
               desgarraron  su  garganta  e  hicieron  que  la  energía  brotará  de  aquel  hogar  hacia  el
               firmamento grabando al rojo vivo el Triangulum en los cielos, el nacimiento de una nueva
               constelación. La sangre de Ceres se escurría desde su útero, tiñendo de un rojo mortal todo
               el firmamento visible en el horizonte, dándole vida al mundo, y al mismo tiempo marcando
               el inicio de su enfermedad.
               Te  hablo  a  ti,  de  mi  madre,  Ceres,  la  cual  yace  agonizando  desde  adentro,  su  cuerpo
               envejeció a través de los eones, la luz astral se reflejó en sus suaves y cristalinos ojos, que
               vislumbraron el florecimiento de su amor por la esfera cual día cálido de la primavera, la luz
               aural acarició sus caprichosas formas de mujer, el aire con su beso frío y a veces violento
               beso su tersa piel, mientras ella miraba todo el derredor hasta que su propio ser la volvió
               una doncella agónica. Y estoy aquí, frente a ella, para matarla.
               ¡Qué  cómo  me  justifico!  ¡Maldita  sea!  ¡Si  fue  mutilada,  violada,  lacerada  por  todas  las
               progenies que tengo frente a mí, a ustedes que los alimentó, a ustedes que forman parte
               de  la  composición  de  su  propio  cuerpo  son  también  su  anatema,  una  gran  pena,  su
               eterno tormento que ella vive en soledad, ustedes que estaban para defenderla son sus
               propios asesinos!
               Ceres,  madre  mía,  yo  sé  que  estás  dormida,  y  es  probable  que  no  me  escuches,  pero
               ¿cómo puedo ser yo el que tenga que matarte?, ¿cómo puedo ser yo quién desangre tu
               corazón y te desgarre todas tus vísceras, que desgarre toda tu piel hasta dejar tus músculos
               desnudos, que arranque desde la raíz cada uno de tus dientes y te reviente los ojos hasta
               que tu iris se funda con el polvo?
               Madre mía, no te mueras, no te mueras, te lo imploro, te lo ruego, tu aliento me dio vida, mi
               cuerpo  son  los  recuerdos  de  tu  vida  materializados,  tú  que  me  amaste,  tú  que  amaste
               cada una de las facetas de mi existencia, tú que cruzaste el infierno, tú que eres mi mar,
               extenso, azul e inmenso, y mi nada, si yo te mató serás para siempre mi nada, aunque yo
               me vuelva ánima no seré más que vacío.

               Madre mía, no puedo, jamás me liberaré de las cadenas que yo mismo forjaré en las dunas
               de mis pensamientos para ahorcarme en el calor intenso de un desierto de furia.
               Y Ceres se manifestó:

               No te condenaré a la desolación de un sepulcro eterno en este mundo
               muerto. Este es mi acto más grande de amor por ti.

               Ceres  se  alzó  de  su  lecho  y  con  sus  propias  manos  aniquilo  a  su  hijo,
               lacero cada parte de su piel, de sus órganos hasta desintegrarlo. Una tristeza
               insoportable nació de pronto en ella, mientras se alimentaba del corazón de
               su vástago, mientras la sangre dimanaba de sus lágrimas.

               Ella de su cuerpo moribundo y desahuciado se volvió veneno.
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