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misericordia y mire cómo nos pagó el favor, huyendo.

                   Cuando tenía once años. No lo vimos más. Lo llevan en

                   la  sangre.  Eso  de  terroristas.  No  me  jodan  más”.  Y

                   cortó.


                   Ese cuerpo débil que Elena vio en la calle y luego en el

            Hospital debía tener un nombre. Siendo los 90, ya se sabían

            algunas  cosas.  Envió  por  su  cuenta,  una  copia  del  legajo  de

            “NN  Juan”  a  la  Comisión  Nacional  por  el  Derecho  a  la

            Identidad (CONADI).


                   Entre  CONADI  y  el  Equipo  de  Argentino  de

            Antropología Forense se sumergieron en un mar de huesos y

            burocracia de morgues y cementerios.


                   Tejieron  lazos  de  historias,  cadáveres,  cenizas,  restos,

            moscas, llantos, y las puntas de un mismo hilo se unieron.


                    Amelia  había  dado  su  sangre  al  Banco  Nacional  de

            Datos Genéticos. Entonces se supo. Entonces también se pudo

            escribir esta historia, unirlos en papel: abuela y nieto. Amelia

            y Pedro. Pedro, como quisieron sus padres.
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