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Más allá del aula III: Reflexiones y experiencias docentes

                                      PRÓLOGO
               Todo  lo  que  es  la  escuela  está  contenido  en  la  palabra
            “escuela”. La semana previa a las vacaciones de mitad de año fui
            testigo  de  un  hecho  inusual.  Dos  estudiantes  de  sexto  grado  de
            unos cuatro pies de altura, aproximadamente, se dieron cita en uno
            de los pasillos de la institución educativa distrital en la que laboro
            durante las primeras horas de la mañana. En sus rostros, creí ver, a
            través del cristal transparente de la fragilidad humana, la fuerza de
            la  ira  contenida  mientras  que  sus  ojos,  cual  serpientes  acosadas,
            eran el signo premonitorio de un desenlace violento.
               Yo estaba detrás de la puerta de un salón de clases, oculto, bien
            agazapado, en  espera del  momento justo para intervenir. Los dos
            menores,  entre  tanto,  se  habían  trenzado  en  un  juego  de  miradas
            fulminantes entre sí, acercaron sus cabezas, pegaron sus frentes y
            con  estas  empezaron  a  empujar  con  fiereza  hacia  adelante.  La
            dirección de las dos fuerzas opuestas obligó a los envalentonados a
            separar sus  cuerpos  abriéndose  entre  ellos  un  espacio  que  se  fue
            colmando,  de  abajo  hacia  arriba,  con  la  rabia  reprimida  de  las
            primeras veinte semanas del año escolar.
               ──…  ¡Qué!  ¡Qué!  ¿Qué  va  a  hacer  “gonorrea”?  ──dijo  uno
            apretando sus dientes.
               ──… ¿Diga a ver “pirobo”? ──agregó el otro con voz firme.
               Segundos más tarde, el veneno de la ira los separó, se colocaron
            en guardia y apretaron con fuerza sus puños, entonces creí que era
            el momento de salir del anonimato y evitar la riña. El instante se
            hizo tenso, las venas empezaron a abultárseles a los dos, de repente
            vi que sus puños realizaban un movimiento, de arriba hacia abajo,
            “chin  pun  papas”  “chin  pun  papas”  “chin  pun  papas”  dijeron  al
            unísono sin  dejar de  mirarse. Uno,  estiró  el dedo  índice  y anular
            “tijera”, el otro, desempuñó y extendió la mano “papel”. La “tijera”
            venció al “papel”.
               ── ¡En la juega, ñero! ──dijo  el vencido perdiéndose  en los
            confines  del  pasillo.  El  victorioso  tomó  la  dirección  contraria  y
            todo volvió a la normalidad. Aún ignoro si los jóvenes sabían que
            yo  estaba  tras  la  puerta,  en  la  penumbra,  también  desconozco  si
            “piedra,  papel  o  tijera”  era  solo  un  juego  infantil  o,  sí  por  el
            contrario,  fue  una  forma  creativa  que  los  dos  menores  utilizaron
            para dirimir sus conflictos. Creo esto último.



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